En medio del Parque del Tío Jorge se encuentra este vehículo, seguramente aparcado allí por decisión de algún concejal hippy o cinéfilo, en homenaje a aquella buena película de Denis Hopper a la que hace referencia el título de esta entrada. Desde luego, hace falta buscar una explicación disparatada para justificar el insólito emplazamiento de este UNFO (U. Not Flying O.), cuya soledad estremece. Quizá es solo un espejismo, un emblema del viaje a través de la noche al estercolero, un imposible centro di gravità permanente, incómodo para más inri, situado en un lugar extremo de Zaragoza, donde los pinos son altísimos, los estorninos innumerables sobre sus frágiles copas, y la indolente cadencia de sus cagadas, insoportable. El suelo está almohadillado, quizá por eso mi perro merodea sin destino, a sus anchas por entre las sombras, mientras le llamo indeciso, por otra senda yo, por otra senda, sin la suficiente decisión como para poner un pañuelo blanco en el sillín, sentarme, coger fuerte el manillar y arrancar, haciendo el ruido del motor, en moto, po, po ,po, en moto, con la garganta. Pero ocurre que la palabra estornino me deja frío. En mi afán gramatical, como son muchos, no paro de decirme, sontorninos. sontorninos. Quizá todo sea solo un espejismo, pero entonces, cómo es posible que haya salido en la foto.
Allá, en la distancia, las cotorras, un tiempo tropicales, disfrutan de sus nidos, auténticos hoteles Boston Palafito, con servicio de habitación. Cuando salen siempre van repeinadas y dispuestas a comerse el mundo.
Al pasar cerca del UNFO, pienso en mi Beato Sillón:
¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.
Jorge Guillén
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