domingo, 31 de enero de 2010

Ángel Duerto Oteo en la E.O.I.1 de Zaragoza. Paredondehelarte en febrero. La exposición que mañana estará colgada.

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El huerto lírico.

Presentamos en esta exposición 18 obras (1) del acreditado fotógrafo zaragozano Angel Duerto Oteo. Se trata de fotos de la era predigital, aunque, permítaseme la broma, los retoques estén hechos con los dedos, la mayoría directamente sobre el negativo. Bastantes de ellos son parecidos a los que se hacen hoy en día con los programas informáticos. También en el cine de los pioneros había muchos efectos -alguno de ellos descubierto por pura casualidad, como el truco de parada cuyo origen explica Méliès en un libro de recuerdos- que después han sido reelaborados con técnicas digitales. La diferencia entre las fotos actuales y las que componen la exposición reside en el hecho de que hoy en día con unas pocas horas de uso de un programa de tratamiento de imágenes se consiguen resultados vistosos, mientras que, entonces, conseguir los resultados que logrados por Duerto implicaba una gran pericia, amén de un finísimo trabajo artesanal. Estos dos ingredientes son, a menudo,  la antesala de muchas grandes obras.
La mayoría de las fotos son paisajes que parecen cifrar escenarios vitales, emociones, sentimientos. En ellos la naturaleza se moldea como si de un ámbito interior se tratara. La mirada de Ángel Duerto Oteo no es la de un naturalista, sino la de quien mantiene un difícil equilibrio entre la realidad observada y la realidad recreada, la realidad vista y la proyectada, entre el movimiento de recibir del exterior y el de reintegrar, reelaborado, lo visto, en una conflictiva dialéctica que evita la cosificación del paisaje gracias a una reinterpretación lírica. Más que humanizar el paisaje, se tiene la sensación de que el artista paisajiza su interior, como si sus fotos fueran el fruto de un esfuerzo por simbolizar su subjetividad a través de la naturaleza. En cierto sentido, podríamos decir que son una particular e inconsciente recreación de su propio mundo, realizada sintéticamente, codificando las emociones a través de las imágenes, si por tal entendemos lo opuesto a una lectura analítica, interpretativa de uno mismo. Un proceso semejante está presente en casi toda creación artística, pero en el caso que nos ocupa, dado que se trata de imágenes eminentemente líricas, me parece particularmente significativo.
Desde el punto de vista formal, la base recurrente sobre la que se apoya Duerto son las notas de color, dadas con tanto tino, y esas agridulces e irregulares geometrías, integradas con frecuencia en una estructura en tres niveles desiguales -que a veces es rígida y otras se desdibuja-, una tendencia al orden imperfecto. Sus fotos están pobladas de una vegetación árida que se resuelve en manchas de tonalidades delicuescentes, a caballo entre la foto y la pintura, la figuración y la abstracción, la intención y la casualidad de los efectos, los retoques.
Sobre lo concreto que celan, la emociones, las imágenes reales o ensoñadas, las peripecias vitales que han llevado al artista a darles esa forma, una vez entendido el mecanismo creativo general, poco cabe decir, pertenecen a un mundo que solo podemos entrever y por el que hasta cierto punto no debemos interesarnos. Qué importa que los matojos parezcan enmarañados sexos femeninos o que ese ojo, por cierto, el único rasgo humano que he conseguido distinguir, signifique algo concreto. Resulta indiferente descender a esas minucias. Lo importante es seguir la onda del proceso creativo, esperar que se produzca una comunicación mágica entre la obra y el espectador, esa que permite entender sin palabras, que hace caer en la ensoñación mediante la caricia del color, o por el contrario, aumenta la desazón que produce lo larvado, lo subterráneo. Si comprendemos que estas obras se asientan sobre un magma de sensaciones, recuerdos, intuiciones, quizá sintamos el melancólico esfuerzo –así lo veo yo, por ejemplo, a la luz tibia de esas lunas o soles nocturnos- que supone realizarlas y tal vez podamos apreciar la exposición como un particular huerto cultivado en el que la voz primaria de alguien se hace oír.
Imágenes precisas e intensas, bajo las que un mundo interior crepita y late con un ritmo insistente e hipnotizado. Si notamos ese difícil equilibrio entre la fuerza y la técnica, habremos conseguido establecer un diálogo enriquecedor con el artista, un diálogo parecido al que él entabló con la naturaleza, consigo mismo. Árboles, flores, plantas, un perro, que están fuera y dentro, que son íntimos y de nadie, reelaborados con mimo, poniendo de manifiesto que lo importante no es llegar lo más rápido posible, sino saber ver las flores que cubren las vías de nuestro tren, y que incluso, alguna rara vez, la realidad y el deseo se funden sin retoques.
Javier Brox
(1) Las fotos expuestas en la EOI1Z son 15, a causa del insuficiente espacio.
Algunos enlaces de interés:                         
http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=4800   http://www.redaragon.com/agenda/fichaEvento.asp?id=46392 http://www.cefoto.org/artistas/premiosnacionales/nominados.htm http://www.unizar.es/artigrama/pdf/17/3varia/11.pdf http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=600725

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