Título: Chico de barrio | Autor: Ermanno Olmi | Traducción: Carlos Manzano | Editorial: Libros del Asteriode Precio: 14.95 € | Páginas: 184
Olmi tenía el proyecto de hacer una película sobre sus recuerdos infantiles de la Segunda Guerra Mundial. Una enfermedad se lo impidió y el guión se transformó en esta novela durante la convalecencia. Se podría esperar, pues, cierta impericia en el tratamiento literario de la materia por parte de quien, como narrador, solo se había dedicado al cine. Pero Olmi sabe moverse estupendamente en el terreno de la escritura, en el que se muestra ducho en la descripción de ambientes vistos con los ojos de sus personajes. La naturalidad, esa especie de silenciosa elegancia, con la que presenta las situaciones a través de las que un niño va creciendo hasta asumir activamente sus emociones y su sexualidad, se recrea como en sus películas, sin salidas de tono ni sensiblería, pero sin perder de vista la transcendencia que en la vida de cada uno tienen esas experiencias tan comunes como insustituibles e intransferibles: la amistad, el amor infantil, la importancia de las figuras paterna y materna, las relaciones con el hermano. Todo ello sucede en el contexto de lo que, en el prólogo a la edición italiana, Goffredo Fofi define como una Italia popular, desaparecida en los años cincuenta con el desarrollo económico, la Italia previa a la homologación, anterior a la llegada de la tele. Y es que, cronológicamente, la novela empieza poco antes de la entrada en guerra de Italia en el año 1940 y acaba con el principio, en 1945, de la Italia republicana. Espacialmente, se desarrolla en el extrarradio de Milán, en el pueblecito de Treviglio y en un campamento para jóvenes en el Lago Mayor, donde el protagonista es enviado para protegerlo de los bombardeos aliados sobre Milán.
En la novela se reproducen detalles que aparecen en las pelis de Olmi. Estoy pensando por ejemplo, en Il posto y la importancia de la bici como objeto que resume un ritmo de vida, una esforzada forma de relacionarse con el mundo o en ese plato con el que la madre cubre la comida para evitar que se enfríe, en el periódico a través del que el padre se relaciona con el mundo… Otra de las virtudes del cine de Olmi, que también está presente en esta obra, es el fluido engarce de la historia individual con la vida social y el de esta, a su vez, con los acontecimientos históricos de relieve.Pero el motivo por el que traigo a este Rincón del baile la novela de Olmi es por la repetida presencia del baile en la obra como una especie de espacio en el que se cruza lo privado con lo público, en el que lo íntimo se socializa, se da a conocer, pues solo al ser socializado cobra verdadera carta de naturaleza para el individuo. En el baile es donde se consuman y escenifican los deseos, las dudas, los adulterios, la dicha. El libro termina con un baile que para el protagonista y para el país entero es un rito de paso en el que el abandonan una forma vivir y entra en un nuevo periodo de sus vidas. Estas son las dos últimas páginas, 169-171, que recuerdan la escena del cotillón de Il Posto, pero en el contexto de la alegría de la Liberación:
6.
Traducción:
Todas las ventanas estaban abiertas de par en par y hasta por la calle habían puesto bombillas provisionales que iluminaban un tramo de acera, justo cerca del chalecito vacio de Gabriella.
Una radio transmitía música de baile a todo volumen y muchas parejas bailaban ya en medio de la calle.
Al día siguiente por la tarde pusieron farolillos de papel y las banderas de los vencedores. Hasta ataron a los palos de los faroles dos grandes altavoces de trompeta.
Empezaron a volver algunos de mis viejos compañeros de la calle Cantoni y nos pusimos juntos a empezar a bailar. Una tarde vino incluso una pequeña orquesta y la calle se puso a rebosar de gente. Bailábamos por todos los sitios, hasta en los rincones con menos luz. Y, entonces, yo también, en medio del lío, sentí ganas de intentarlo. Mis amigos eran más valientes y ya estaban bailando. Vi a una chica grande y gorda, que se mantenía apartada, quizá porque nadie la sacaba a bailar. Fue ella la que me dijo: “¿Quieres bailar?”
6. Bailamos durante todo el verano. Había aprendido muy bien y era ya uno de los mejores, tanto como para que las chicas estuvieran encantadas de que las sacara a bailar, de manera que podía escoger a las que más me gustaban. Y en cuanto me acercaba a la bailarina comprendía lo que podía significar ese abrazo, o sea, si era un simple lance del baile o algo más. Bastaba un paso contenido o un leve roce de los cuerpos para captar las señales cuyo significado había aprendido. Ya sentía entonces que al cabo de poco tiempo, una de aquellas tardes, también yo tendría la ocasión propicia para sentir la emoción más esperada de la vida.
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