jueves, 16 de julio de 2015

Verano de devaneos (II): Segundas rebajas en una pareja. Me lo merezco y lo sabo. La escena de una película.



Es un espectáculo que me produce vergüenza ajena. Una mujer negra baila lenta pero acrobáticamente para los clientes de un pub con show nocturno (tabarin, es el término de origen francés, que usan en el original italiano). Su asistente, también negro y de cuerpo escultural, va recogiendo las prendas de las que se desprende ella lentamente.  Los contempla una pareja en crisis, él, ensimismado con la bailarina, hasta donde puede ensimismarse quien se tiene a sí mismo por óptimo objeto de estudio, y ella, a punto de formular lo que ya siente, que ha dejado de quererle. El baile tiene algo de impúdico en sí mismo, con esas contorsiones que prometen delicias, esa confusión entre la pelvis y el omnipresente vaso, receptáculo femenino. Pero es que, además, la elegante y sofisticada impudicia queda reforzada por el atuendo formal de los espectadores, sentados cómodamente a una mesa mientras toman un drink,  y sobre todo porque una pareja mira mientras la otra, a la que tiendo espontáneamente a atribuir un lazo amoroso, trabaja. Los blancos miran y los negros les entretienen, aunque da la impresión de que se divierten más los segundos que los primeros. segundos  que los primeros.
En el fondo, la cosa no tiene nada de particular, bailes muchos más brutales y salaces se ofrecen por doquier en la ciudades. Por lo demás, se pueden esgrimir todo tipo de razonamientos, desde que lo hacen por dinero hasta que se trata simplemente de una actuación, pero hay una inefable energía en sus contoneos. Aunque quizá la desazón que produce la escena se debe al uso de la cámara, que tan hábilmente crea el crescendo de erotismo a través del baile, pero en paralelo subraya el diminuendo de tensión amorosa en la pareja de espectadores. El receptáculo femenino para el prota ha dejado de ser su mujer. Ya no la mira, o mejor, no la ve, como pone en evidencia la escena del baño, en otro momento de la película.
Antonioni, el director de esta película (La notte, 1961), como los grandes directores, no hace nada sin intención, lo haga  bien o fracase. Este baile no es un mero paréntesis en el desarrollo de la historia, es un resumen de la película, un trasunto de la relación que tienen los protagonistas entre sí. La notte, por otro lado, no es solo una radiografía del desamor, lo es también del amor, que siempre convive con el desamor. Hasta el dry martini lleva unas gotas o por lo menos un rayo de luz de martini. Hay quien sin ser una persona basta no soporta a Antonioni. Yo al ver de nuevo esta película he vuelto a reconocer en él a un artista fino e inteligente, quizá un poco por debajo de sus enormes pretensiones, pero solo un poco.

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