e si rideva di noi
che imbroglio era
maledetta primavera.
Fragmento de un hipotético email guardado en borrador:
(…)
Renuncio a todo tipo de aclaraciones y desmentidos. Señalo, sin embargo, que, por lo que a mí se refiere, entre lo poco exacto que figura en el mensaje de *** se encuentra el verbo "insistía", si es que lo emplea(s) en su tercera acepción: 3. intr. Repetir o hacer hincapié en algo, propio o ajeno. El texto que aparece a partir algo es mío, lo otro pertenece al sabio raedactor. No digo más, que por la boca muere el pez de embalse.
Mando una cuantas de mis fotos, pero las mando a la brava, porque no sé hacer esas bonitas nubes que tanto (n)os gustan. Se me escapa el motivo, pero tengo la impresión de que confirmo así mi conversión en salsa agridulce. No es del todo mi textura natural, pero la prefiero a la postura del que se echa largo, como dicen aquí. Me pido algo más, tengo en el mal de la insatisfacción, de la inquietud, un prurito que me hacer escoger el comentario al margen antes que el texto principal, lo que ilumina, aunque tenga espinas, frente a lo que confirma. Pero no os vayáis a pensar que caso Esparta con Atenas, hace tiempo que yo me echo largas siestas. En cualquier caso, no me importa perderme en las cosas de pensar, sufro el síndrome del topo, ciego trabajador que rasca y rasca. Se distrae cada poco, pero lleva la obsesión del túnel dentro. Topillo, entonces, quizá, mejor que pedazo de topo. Levanto el dedo: La corrosión de mi carácter no se debe al esfuerzo, sino a la sequedad del terruño. Excusas de topillo.
Lo que describo debe ser fruto de carencias afectivas, claro, acabáramos, una manera perversa de hacerme (no) querer, una sobreactuación, ultracorrección, complejo que tiende a doblar la apuesta, pero la autoayuda nunca me supo levantar: otros son de Marujita, yo, en temas psicológicos, soy de Ferlosio, que dice que la inteligencia emocional es hija del secular y acrisolado anti-intelectualismo americano.
Hice una reseña de la correspondencia intercambiada entre J. Benet y C. Martín Gaite, reflejo de una amistad que me parecía ideal, porque anteponía la verdad al intercambio de caramelos, rehuía las vanas adulaciones almibaradas, planteaba la misma exigencia hacia uno que hacia el otro, una sinceridad al límite de lo cruel, sin el imperativo categórico al fondo no hay nada que hacer. Resultó que la viuda de Benet hizo uno de los pocos comentarios que han recibido las entradas de este blog. Me informaba de que entre su marido y la Gaite no había habido amistad, que el escritor no podía ver a la escritora, si es que es posible meter a los dos en el mismo saco epistemológico de la escritura. No me importa, otras amistades de insatisfechos habrá habido en la historia del universo, quizá la de Hölderlin y Hegel, y si no las ha habido, ya las habrá: In crítica veritas amicitiae.
Ya sé que mi morbo no me deja ser ecuánime, me aleja de la claridad. Soy topo. Además, si no fuera así, el almíbar podría llegar al río sagrado, no tanto del de las fotos, en el que, ay de mí, no dejo de bañarme yo también hasta las entrañas. No es que yo no las encuentre bonitas, es que el término bonito hace que tiemble en suelo bajo mis pies y me lleva a huir a una nube de dudas sobre su significado, validez. Ya, todo es más sencillo, take it easy, guy. Pero es que nací topo, no guy.
Saludos escabechados.
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