Pablo Picasso y Kabul fotografiados por David Douglas Duncan, 1959 (Fuente de la imagen)
Con el tiempo, las cosas que un día abandonamos porque se habían quedado pequeñas, en sentido propio o figurado se vuelve a traición las mejores de la vida. Por eso, en los cambios de edad, de situación, de vivienda, de estado, no conviene regalar nada, dar nada, porque tendemos a deshacernos de aquello que acabará cargándose de mayor valor simbólico. Damos nuestra colección de muñecos, de piedras o de coches para romper amarras cuando entramos en la adolescencia, el grabado que nos regaló, porque así nos afirmamos en el nuevo gusto adquirido. Han pasado los años, muchos, cuarenta quizás, dos veces nada, y esos objetos, personajes, vecinos, viejos cines, mujeres soñadas, reaparecen como fantasmagorías de un pasado que pinta espejismos. Entre semana a veces me reconozco en él, pero como en un caleidoscopio perezoso, involucrado, pero distante, emocionado por momentos, pero que puedo dejar en cualquier momento si me llaman a la cocina para echar una mano. Dedico, sin embargo, los fines de semana a añorar el Scalextric que dejé en casa de un vecino, los coches ingleses de metal. Por suerte, los recuerdos, buenos o malos, no se pueden dar, son cavernas salvajes a las que me retiro después de sacar la perro y desayunar, seguro de que no hay porque salir ya más en todo el día, que si no he comprado el pan, quedará un chusco duro de ayer. Me siento, curioseo y espero a que la mañana se abra en túneles con cuartillas blancas en las paredes, entradas por escribir, algún beso, si es día de fortuna, aunque yo, por esa senda ya voy poco, viejo hortelano con la espalda injuriada por el peso de trienios, sexenios y ccps .
Los calzoncillos Ocean me salen al encuentro en facebook, en Braking bad, cubriendo a Picasso, al compay Heisenberg de Braking bad,y vuelvo a aquel nido de algodón que dejé por corazas estampadas, gomas ajustadas, holguras más manejables. Por qué, me pregunto, por qué los calzoncillos Ocean pasaron a ser uno de los símbolos de una niñez que había que enterrar a toda prisa, emblema de mi inconstancia, signo de distinción del protagonista de Braking bad, un pariente lejano de Raskólnikov (ruso: Родиóн Ромáнович Раскóльников), que se creía superior a muchos y acabó con un insufrible dolor culpable de muelas. Y es que el egoísmo se esconde allá donde es más difícil encontrarlo, en el intento de asegurar, a través de la fabricación de metaanfetamina, un futuro acomodado a su familia, en el caso de Walter White. Sin embargo, a pesar de los pesares, de la enfermedad, de los fiambres que va dejando atrás, se mantiene fiel a su ropa interior. Me consuela pensar que quizá, en su caso, la infidelidad fue inversa. Tal vez empezó usando bóxeres antes de llegar a Ocean.
Publico ya, que se me hace tarde, tengo que ducharme y en la mesita de noche no hay Ocean, para mi desgracia.
Walter White, el protagonista de Braking bad, en Ocean, de Ocean, como Baroja en zapatillas o de zapatillas.
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