domingo, 24 de mayo de 2015

El día después de la jornada de reflexión, me he desdicho de todo lo dicho y me he atado una de las dos papeletas zamoranas a la cabeza. Jornada de votación y de pintura de las paredes de mi cuarto (II)

- Tras la difícil jornada de reflexión y pintura, seguía esta mañana amarrado al pincel, cuando harto por un instante de los efluvios que se desprendían de la cada vez más escasa masa ocre de pintura, me he parado para descansar un poco. Ha sido entonces cuando se me ha hecho la luz sobre lo que iba a votar. Contrariamente a lo que llevaba meses diciendo, he votado a quienes más he criticado, excluidos, por su puesto, aquellos a quienes ni siquiera critico, porque antipatía hacia ellos es visceral. Es verdad que llegado al emocionante acto de meter las papeletas en el sobre, no me he atado las dos papeletas zamoranas a la cabeza. Para no quedar en ridículo conmigo mismo, he llegado a vergonzosas componendas. He votado, por un lado a quienes espero que remedien tanta ofensa en el trabajo, restituyéndome a la situación anterior a su llegara por lo que se refiere a reducciones por cargo y a horas semanales de clase. Pero, por otro lado, he dado un giro radical a mis planteamientos iniciales y he votado a aquello que no iba a hacerlo, guiado seguramente por un rebrote de esperanza, aunque una parte de mí sigue pensando que hacerlo ha sido como dejarse llevar por una tentación semejante a la del que traiciona un buen par de zapatos en uso por otros tal vez peores, solo porque son nuevos y están en oferta.

- Después de comer, una vez consumado el acto de traición a mis propias palabras, dichas ante parientes, vecinos y amigos, me he puesto a analizar lo sucedido y he llegado a la conclusión de lo ocurrido había sido una iluminación del espíritu precedida por una larga resistencia por mi parte, como esas rendiciones al amor verdadero que se producen tras denodados esfuerzos por negar la procesión que llevamos escondida por dentro. Quién sabe si parientes, amigos y vecino me lo habrán notado cuando hablaba de su inexperiencia, de que que eran una mala fotocopia de lo ya existente, de que ocultaban sus verdaderas intenciones y otras verdades por el estilo. Llegada la hora final, de nada me ha servido tanta defensa y me he atado la papeleta zamorana a la cabeza.

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