Simples problemas de desconocimiento de la ortografía, medianos problemas
léxicos, serias disfunciones gramaticales, bestial ignorancia sintáctica, son
los rasgos que sobresalen de pequeño este muestrario de frases. Los móviles, las
tabletas, el correo electrónico, han potenciado el uso de la escritura entre
hablantes poco acostumbrados a los intríngulis de la escritura, una técnica
reservada a entendidos en la materia o a aquellos que en la vieja escuela
aprendían bien los saberes lingüísticos de base.
Si por un lado, el profesor de idiomas se siente tentado a llevarse las manos
a la cabeza ante los despropósitos que aparecen el las frases, por otro, el
ciudadano responsable se muestra apenado, porque sabe que el poder pertenece a
los dueños de la lengua, que, aunque no escriban como para quitarse el sombrero,
es infrecuente que comentan errores tan grandes como los reseñados. La
ortografía, claro, es algo en lo que se fijan los que eligen al personal. Los
más ricos seguramente pueden permitirse los gazapos, pero de director general
para abajo hay que tener cuidado.
Por un tercer lado, cabe subrayar que la mayor parte de los errores tienen
que ver con la escritura entendida como un saber que defiende sus
particularidades de forma numantina, fruto, a través de múltiples mediaciones,
de un tradición que sirve para alejar al inculto, al que no ha podido o querido
estudiar, de áreas de conocimiento, de zonas de confort reservadas a otros. En
ese sentido, algunos de los errores son hermosos indicios de despreocupación, de
falta de constricción. Otros, sin embargo, parecen fruto de lo contrario,
odiosas ultracorecciones, síntomas que delatan al redicho, cosas de Verdurines,
que diría Proust.
(Fuente
de las imágenes)
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