La cosa que el Viajero a través del Tiempo tenía al alcance de su mano era una brillante armazón de cristal, apenas mayor que un reloj de mesa y muy delicadamente confeccionada. Había en aquello plástico fino, una sustancia cristalina y transparente sensible al tacto.
Y ahora debo ser explícito, pues lo que sigue -a menos que su explicación sea aceptada- es algo absolutamente inadmisible. Cogió él una de mis dedos y lo puso sobre la armazón, encima de uno de los cartelitos en los que estaban escritos números romanos y alguna letra. Al poco, aparecimos en la planta baja. Frente a nosotros…
-Bien, ¿y qué? -dijo el Psicólogo.
- Este pequeño ascensor -dijo el Viajero a través del Tiempo- es sólo un modelo. Es mi modelo de una máquina para viajar a través del tiempo. Advertirán ustedes que parece singularmente ambigua y que el cuadro de mando presenta un extraño aspecto chusquero, pero es capaz de llevarte de un piso a otro del museo, capaz de hacerte saltar cien años en pocos segundos… (Pseudo Wells)
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