martes, 12 de mayo de 2015

70 años de Roma, ciudad abierta. Edmund, el niño flâneur neorrealista, camino del suicidio. Instantáneas de aquel cine.



Al final de Gemania, anno zero (R. Rossellini, 1948) el protagonista, Edmund, un niño  de 12 años, vuelve a casa en medio de las ruinas de un Berlín todavía exhausto por la guerra. “Un féretro quilométrico”, así definió Janet Hanner un barrio de la ciudad en 1947 (H.M. Enzensberger, Europa en ruinas. Relatos de testigos oculares de los años 1944-1948 recopilados por H.M. Enzensberger, Trad. Begoña Lovet Baquero, Capitán Swing, 2013, p. 319). Edmund camina entre ruinas, con la culpa de haber envenenado a su padre revoloteando a su alrededor como un mosquito letal. De que matando al padre no hacía sino seguir la ley según la cual el débil debe perecer para dejar crecer al fuerte le había convencido un antiguo profesor filonazi. Edmund camina decidido, pero se deja distraer por el bulevar escualido, una caricatura macabra de las avenidas de los orígenes del capitalismo salvaje que un siglo antes vio nacer al paseante parisino. Edmund sigue andando, atiende a la música de órgano que sale de una iglesia medio derruida, pero el mosquito de la culpa sigue revoloteando a su alrededor y vuelve a la pasarela, la calle en la que se cruzan los restos del más absoluto naufragio de la historia (“La nueva Alemania es solo un despojo de la Alemania muerta de Hitler”, opus cit., p. 319) con las señales de una vida que empieza a resurgir entre las heridas abiertas, en medio de la corrupción, el mercado negro, la prostitución infantil… Edmund  no ceja en la persecución de su destino, pero como un niño que es todavía, juguetea con lo que se encuentra, con las sombras, salta. Pero el mosquito de la culpa sigue sin dejarle en paz. Por fin, antes de saltar al vacío, doblará la chaqueta, como buen hijo de un país imposible, de una historia en la que no hay hueco para la esperanza. A Edmund, como decía su padre de si mismo, no se le puede acusar de no haber sido un buen alemán.
Rossellini señaló después que toda la película está construida en función del momento culminante del suicidio, el momento en el que Edmund asume una conciencia de adulto, de héroe trágico. “Germania… potei girarlo esattamente come volevo e oggi, quando rivedo quel film, sono sconvolto dallo spettacolo: mi sembra che il mio giudizio sulla Germania fosse giusto, incompleto ma giusto", dijo años más tarde.


Claro, que el director, en un momento dado, también quiso quitar peso a su pesismismo sin salida, al señalar que, con su gesto, Edmund deja atrás el horror, en la esperanza de que de su muerte nazca la esperanza, pero visto lo visto resulta poco convincente (Cfr Brunetta, G.P. Il cinema neorealista italiano, Laterza, 2009, p. 38). Quizá, sea más creible intentar explicar un punto de vista tan ajeno a otras películas suyas, menos nihilistas, en factores contemporáneos al rodaje como la reciente muerte del propio hijo, los estertores del espíritu de la mejor resistencia, o el principio de la guerra fría.

Hoy, cuando se acercan el 70 aniversario de Roma , ciudad abierta (Rossellini, 1945), una película que mira hacia el pasado inmediato, pero a través de la que se cuela la esperanza del futuro por las grietas que han quedado abierta gracias al comportamiento heroico que, más allá de partidos políticos concretos, han sabido mantener algunos, empiezan a celebrarse exposiciones y actos. He aquí unas cuantas de las fotos de una de una de esas exposiciones.

(Fuente de las imágenes)








 

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