No me gustan los que van a todos los sitios con la encía por bandera, esa permanente sonrisa la vivo como un chantaje más que como expresión de una alegría natural. ¿Qué quieren los que sonríen siempre, no son un insulto monocorde a la gama de notas que caben en nuestra cara, desde la desolación hasta el embeleso? Ah, si supiera aprovechar el momento, no me plantearía cosas así y disfrutaría o me aprovecharía de la sonrisa. Diría a quien me mira con los dientes, regálame tu coche, que el mío está viejo o dame tu bocadillo, que el mío se ha acabado, o simplemente regálame tu coche, dame tu bocadillo, sin más explicaciones.
Envidio, sin embargo, a los que saben sonreír en las fotos, porque eso sí que lo he intentado en vano, mientras que la encía al viento siempre la he despreciado. Sonreír para una foto supone un esfuerzo ímprobo, parece que las mejillas tiran como mangas cortas de la chaqueta. Y, sin embargo, casi todos lo consiguen, feos o guapos. Pero, ¿desde cuándo se empezó a fingir una sonrisa, desde cuando el gesto empezó a ser una especie de grado cero de la expresión del modelo fotográfico? Quizá empezó a ser aceptable desde el auge de la ortodoncia, quizá, antes, desde que el uso de dentífrico se generalizara. Ojeo fotos viejas, retratos de posados de los años treinta y no sonríen ni los novios.
En Bolonia se abre una exposición de retratos de grandes fotógrafos. Excluida la patata, la gama de sonrisas se multiplica. Desde la autocomplacencia de Berlusconi hasta la nobleza de los jóvenes hindúes, pasando por la joven que transmite auténtica dicha, los matices se multiplican y no todo sabe a patata.
Cristina García Rodero
Amedeo Volpe
Platon fotografa Silvio Berlusconi
Sophie Kirchner
Ketaki Sheth
Juergen Teller (YSL)
David Hancock
Gianluca Vasallo
Elliot Erwitt
Herb Ritts fotografa Stephen Hawking
Christopher Anderson
Steve Mccurry
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