El gran porcentaje de cursilería que le encontraba hace 38 años exactamente a J. Taylor ha ido disminuyendo de forma acelerada en los últimos 8, exactamente. Sentimentalismo y deseo solo se van a la tumba con uno mismo, se resisten a despedirse antes de la última parada, fin de línea.
Los autobuses que llegan a los cementerios llevan encima publicidad de funerarias (Paraíso para todos) y del remate final de las rebajas. Si como Messi tuviera la enfermedad del que no para de escupir, si tuviera que escupir sobre una tumba para salvar la vida, escupiría sobre la mía, pero asustado ante la posibilidad de salpicar a los míos, a esos no.
Taylor con las cejas quizá teñidas, llenas de esos pelos rebeldes, intempestivos, que son los únicos que crecen una y otra vez, como si les hubiesen chupado la crecida a todos los demás, Taylor con la boca sumida y quizá la uña moridisqueada del dedo gordo de la mano derecha, me hace disfrutar de la canción, por lo menos hasta la mitad, hasta que se complica el texto, hasta que se acaba la pura sentimentalidad, que no llega hasta la última parada.
Enlace al video (m. 1:11)
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