Jueves, 29 de enero de 2015
Como todos los días, me levanto bastante temprano, de mal humor, como siempre que no he dormido lo suficiente. Un vino blanco o dos y un bote de cerveza me han dejado hoy de recuerdo un ligero dolor de cabeza. Roco ha aparecido a las 7’15 con ganas de salir. Le he dicho, quieto, échate, y por un instante se ha tumbado junto a mí. He dudado si ponerme ya en pie o dejarme ir media hora. Además, como me había levantado a las cinco para ir a cumplir con la próstata en forma de impuesto de micción, podía alargar algo el sueño. Tenía, sin embargo, presente el hecho de que los jueves voy de culo. Poco tiempo para preparar clases, gran bocata que casi siempre como en el autobús, clase, veinte minutos para tontear con el ordenador y comerme la mandarina que me da apuro zamparme en el Circular, y otra clase de dos horas, complicada, porque se trata de un curso elemental y los 120 minutos de rigor se hacen largos. Si das demasiada materia, resulta inasumible, si das poca e insistes sobre lo visto, llega un momento que aburres y te aburres. Como siempre, la solución está en el medio, ese sitio tan vulgar, pero tan útil.
No han pasado más de cinco minutos desde Roco se echó a mi lado, más por el gesto en si que para adormilarse, y ya estoy en pie. Niqui, forro polar ligero, jersey grueso de 150 euros rebajado a 15 en un outlet (los chollos son el equivalente en mí de las piezas de caza mayor del antiguo rey. Así de tonto soy). Además, chaleco de plumas y una chaqueta de forro polar para rematar. Como todos los días, prefiero pasar calor antes que frío.
Vuelvo de sacar al perro, desayuno kiwi, para cuidar esfínteres, pan con mermelada, sin mantequilla, para cuidar arterias, café sin azúcar, para no engordar y unas cuantas galletas de fibra, buenas, con sabor a naranja, para disfrutar, pero de marca blanca, El Día, para no gastar. Ah, y un paracetamol para la cabeza, que ronronea, para joder, supongo. Acabo y me siento ante el ordenador, para que no se me caiga encima el mundo. Eso, en términos existenciales, pero, a menos distancia, en términos de vida cotidiana, lo hago para preparar las clases, para atender al correo, para enlazar cosas en la página de facebook del Depto. de Actividades extraescolares, para cotillear, para ver si me llega algún me gusta como una flecha azucarada, untada en miel, según de quien venga, ya sabes tú, o quizá no lo sepas.
Son ya casi las diez, no puedo seguir sin ocuparme de las clases. El libro lo tengo muy trillado, pero hay que ver qué voy a hacer hoy en concreto. De repente, mi mujer me dice que hoy podemos comer morcilla de León y no sé qué más. Casi sin dejarle acabar la frase, contesto, pero si yo me tengo que ir, no como en casa, hoy es jueves, alargando la ultima sílaba ante la ligera duda que me entra. Hoy es San Valero, me responde. No me lo creo del todo, miro el calendario. Las pesquisas, en efecto, lo confirman, hoy es San Valero. De repente, me acuerdo del montón de roscones que había en la panadería, de que el más pequeño costaba 9’25 euros. Y me acuerdo, sobre todo, de que esta mañana a las 7’30 no soplaba una gota de viento ni hacía frío. ¡Vaya San Valero!
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