Coming colors in the air
Oh, everywhere
She comes in colors, SHE'S A RAINBOW(Jagger/Richards)
Teo Félix lleva más de un mes recogiendo con su cámara señales que anuncian la llegada de la primavera. Persigue disfrutar y hacer disfrutar con los colores que aparecen al final de la estación sombría. La primavera, durante muchos siglos, antes de llegada de la fotografía, era representada como una figura femenina con trompas en la boca, quizá, porque es pregonera de sí misma. Es lo bueno que tiene la naturaleza, que casi nunca falla. Se anticipe o se retrase un poco, siempre acaba por cumplir con sus ciclos. El amor, que también renace en primavera, es otra cosa. Las señales que emite son siempre ambivalentes, fuente de un dudoso bienestar o de un intenso malestar con paréntesis de felicidad. Eso es, por lo menos, con lo que Proust está a vueltas durante las más de mil páginas de A la búsqueda…:
“Il y a donc une contradiction de l’amour. Nous ne pouvons pas interpréter les signes d’un être aimé sans déboucher dans ces mondes qui ne nous ont pas attendu pour se former, qui se formèrent avec d’autres personnes, et où nous ne sommes d’abord qu’un objet parmi les autres. L’amant souhaite que l’aimé lui consacre ses préférences, ses gestes et ses caresses. Mais les gestes de l’aimé, au moment même où ils s’adressent à nous et nous sont dédiés, expriment encore ce monde inconnu qui nous exclut. L’aimé nous donne des signes de préférence ; mais comme ces signes sont les mêmes que ceux qui expriment des mondes dont nous ne faisons pas partie, chaque préférence dont nous profitons dessine l’image du monde possible où d’autres seraient ou sont préférés. (...) La contradiction de l’amour consiste en ceci : les moyens sur lesquels nous comptons pour nous préserver de la jalousie sont les moyens mêmes qui développent cette jalousie, lui donnant une espèce d’autonomie, d’indépendance à l’égard de notre amour” (Deleuze, G., Proust et les signes, PUF, 1971, p. 13).
Si el amor tiene dos filos, más vale agarrarse al clavo de natura, aunque, a menudo sea un clavo ardiendo -como decía M. Torres de los terremotos de Haiti la naturaleza hace cabronadas. Hasta en eso cumple. Por su parte, la primavera, aunque luego digan que ha llegado y nadie sabe cómo ha sido, lleva semanas dejando tras de sí señales, avanzando con paso ponderado pero pesado, como esos elefantes indios pintados de colores, dos toneladas de monería que ocultan significados sagrados.
De aquí a nada las flores empezarán a marchitarse, si es que alguna llega viva al día 21. Caídas de zapatos que dejan los pies desnudos, cierto desdén por la lana, la tentación de acercar los abrigos al armario, los sudores en el tranvía y sobre todo los colores que Juslibol que Teo Félix ha recogido en sus fotos dan fe que no viene precisamente de puntillas para no hacer ruido.
Y mientras tanto, la nieve cubría Candanchú, como si se tratara de la última estación:
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