“Eran tres traidores; quiero decir: para tantos a quienes debían lealtad por familia, por clase social, por creencias, por ideas, por vocación, por historia, por intereses, por simple gratitud, Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo eran tres tristes traidores. No solo lo eran para ellos; lo fueron para muchos más, en cierto sentido lo son objetivamente…Suárez fue el peor, el traidor total, porque su traición hizo posible la traición de los demás: traicionó al partido único fascista en el que había crecido y al que debía cuanto era, traicionó los principios políticos que había jurado defender, traicionó a los jefazos y magnates franquistas que confiaron en él para prolongar el franquismo y traicionó a los militares con sus veladas promesas de frenar la Antiespaña” (Cercas, Javier, Anatomía de un instante, Mondadori, 2009, p. 273)
Si en algo aventaja la literatura a la historia es en su capacidad para convertir lo múltiple, lo fragmentario, en típico. En eso consiste la creación de un personaje, en dotar de sentido un anecdotario disperso, en recubrir los sucesos aparentemente casuales con un discurso que los unifica y hace que adquieran, desde el punto de vista anímico, un interés que va mucho más allá de lo individual. No es poca ventaja para quienes necesitamos algo más que la prensa diaria, pero no estamos muy interesados en cifras y datos estadísticos.
J. Cercas en Anatomía de un instante (Reseña), a través de lo que denomina simetrías de la ficción, entronca la figura de Suárez con las de los pícaros de altura, héroes tragicómicos que a veces tienden hacia la farsa y otras acaban por alcanzar espesor dramático. En concreto, la filiación directa que propone Cercas es el General della Rovere, no el oficial badogliano de carne y hueso, sino el rufián que le sustituyó con resultados que ni siquiera hubiera podido soñar el militar sustituido. El sosias de Della Rovere, popularizado por el periodista I. Montanelli en una novela autobiográfica, y sobre todo por R. Rossellini en una notable película, era en efecto un conseguidor de favores para los presos de la resistencia ante las autoridades nazis.También en la postguerra española hubo individuos parecidos, que a cambio de dinero, prometían la salida de la cárcel o un trato de favor. Una vez entregada la pasta, se esfumaban y, si te he visto, ni me acuerdo. El falso della Rovere es convencido por los nazis para que, haciéndose pasar por el verdadero, descubra a un jefe de la resistencia, recluido de incógnito en la misma cárcel que él. Giovanni Bertoni, que así es como se llama el jeta, poco a poco va ensimismándose en la grandeza del personaje que representa, hasta al final morir fusilado como un héroe en la lucha por la liberación. En el camino, impresiona a cuantos entran en contacto con él por su firmeza, claridad de miras, elegancia y señorío. He aquí un pequeño fragmento de una conversación mantenida por el falso general con Montanelli, por cierto, uno de los primeros gambizados por las Brigadas Rojas:
La puerta de la celda del general estaba, como de costumbre, sin cerradura ninguna. Además, el distinguido prisionero disponía de un catre, en tanto que nosotros dormíamos en tablas desudas. Inmaculadamente vestido y con su monóculo en el ojo derecho, el general me saludó cortésmente:
“-¿El capitán Montanelli? Ya sabía antes de desembarcar que lo encontraría a usted aquí. El Gobierno de Su Majestad se interesa profundamente por la suerte de usted, confiemos en que, aun al caer delante el pelotón alemán de fusilamiento, usted sabrá cumplir con su deber, el más elemental de sus deberes como oficial. Pero, por favor, no se incomode usted.
Sólo entonces me di cuenta de que había permanecido ante él en posición de "firmes".
-Nosotros, los oficiales todos, vivimos vidas provisionales ¿no es así? -me dijo el general-. Un oficial es, como dicen los españoles, un novio de la muerte.
Se detuvo aquí. Mientras lo veía pulir el monóculo con un pañuelo blanco, pensé que en ocasiones los apellidos reflejan la personalidad de quien los lleva. Della Rovere significa "del roble". Y este hombre, estaba claro, era de madera muy sólida.
Bajo este prisma de la compensación freudiana, Suárez, héroe pirandelliano, fue cobrando espesor a medida que las circunstancias le proporcionaban nuevos escenarios en los que dignificarse. De político provinciano ambicioso, pronto pasó a ser protagonista de una historia que iba más allá de cuanto hubiera podido imaginar, por más que desde pequeño dijera que quería ser presidente.
Al final, en efecto, este refinado artesano en el trato personal, dio una dimensión artística a su técnica, hasta convertirse en un héroe trágico que pudo representar su mejor papel como presidente de un gobierno elegido en una elecciones libres. Por entonces, ya estaba imbuido totalmente del personaje, su destino. El escenario del rito final finan no podía ser otro que el hemiciclo, allá donde los procuradores en cortes habían fingido tantas veces representar al pueblo. Lo explicó muy bien el mismo Suárez en una de las pocas entrevistas que concedió sobre el 23F. Si por él hubiese sido, se habría quedado sentado, pero, como jefe de gobierno, no podía permanecer indiferente. Por eso, se levantó y se encaró con Tejero. Tenía puestas unas alas con las que nunca hubiera podido soñar, viniendo del Movimiento como venía. El acto se convirtió en una definitiva mancha que limpia. La traición suprema lo inmortalizó. Sobre el escenario estaban un honorable felón y un mezquino fiel a sus principios. Para suerte de todos, la partida acabó con el segundo entre rejas.
Pero como si de una némesis trágica se tratara, cuando el actor podía haber disfrutado de los recuerdos de su vida sobre los escenarios, todo se le volvió en contra, murió su mujer y después su hija. Para entonces, ya se le había borrado la memoria. Casi como un verdadero héroe, murió sin saber lo que había hecho.
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