DATOS BIOGRÁFICOS
Teodoro Félix Lasmarías, de Albalate del Arzobispo (Teruel), estudió Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario Diocesano de Zaragoza y se licenció en Teología por la Universidad Oenipontana de Innsbruck (Austria).
He ejercido mi ministerio en zonas rurales, actualmente en Juslibol, labor que simultaneaba con clases en el Colegio Alemán de Zaragoza.
Como amante de la fotografía he ganado varios primeros premios y he hecho varias exposiciones, las últimas en el Espacio Cultural Adolfo Dominguez, compartida con otro gran fotógrafo, Miguel Sanz, el mes de mayo de 2013, y en Vinaceite (Teruel), en septiembre de 2013.
Entrevista a Teodoro Félix:
- El otro día me dijiste que tu afición por la fotografía se produjo cuando ya eras mayor. ¿Cómo y cuándo ocurrió?
- Pues sí, en la década de los setenta, cuando yo hacía años que me afeitaba el bigote. Comencé con una cámara Kodak que compré unos días antes de venirme de Innsbruck, donde me licencié en Teología, simplemente para traerme alguna foto de recuerdo. Todavía conservo los clichés y las fotos colocadas en un álbum.
Mi primer destino de párroco fueron tres pueblos pequeños pero entrañables por sus gentes: Vinaceite, Azaila y Almochuel. Allí es donde el gusanillo comenzó a picarme más intensamente, cambié de cámara y la gran gozada fue montar mi laboratorio, el cuarto oscuro, en el que revelaba mis carretes y mis fotos. Esto fue definitivo para encontrarle más gusto a la fotografía. Así fueron mis comienzos en la fotografía. Prácticamente soy autodidacta.
- Tú empezaste a hacer fotos en la era predigital, cuando todavía se usaban los carretes.
- Efectivamente, pasarían unos cuantos años antes de que los carretes fueran sustituidos por los archivos digitales. Tenía su encanto usar los carretes de diferentes ISO o sensibilidad y número de fotos. Entonces había que pensar mucho antes de hacer una foto, porque el carrete se terminaba pronto y era caro su revelado. El revelado era algo delicado y había que ir con mucho cuidado para no pasarte de tiempo o quedarte corto, si fallabas se te iba al garete el trabajo. Era intrigante. Y cuando lo fijabas y lo sacabas a la luz era un momento mágico.
- ¿Dejando a un lado las diferencias técnicas, cómo ha cambiado la manera de hacer fotos?
- A partir del año dos mil me decidí por la fotografía digital. Es algo muy diferente, la foto es instantánea, si sale defectuosa, mal enfocada o desgraciada, se borra y no pasa nada, no hay que comprar carretes que si te descuidabas caducaban. Las cámaras compactas, además, han disminuido de volumen y la calidad es buena, pero donde haya un buen cliché la calidad está garantizada también.
En la fotografía clásica o la digital ahora siempre está presente el arte de jugar con la luz y tener un poco de sensibilidad para fotografiar personas, objetos o situaciones que te digan algo.
- Tengo entendido que eres un buen andador, por el campo y por la ciudad. ¿El fotógrafo que camina es un ser ensimismado que busca su placer personal o alguien que prefiere posponer la comunicación con los demás hasta poder enseñarles las imágenes que ha capturado con su ojo mecánico?
Tras el ojo mecánico tiene que estar previamente el ojo artístico para tratar de dar vida y arte a lo fotografiado. El fotógrafo tiene que ver la foto primero en su cabeza, ya que el apretar el botón y hacer la foto no tiene misterio ni gracia.
Yo he ejercido mi ministerio en zonas rurales y ahora, desde hace muchos años, en Juslibol. Siempre he estado en contacto muy directo con las personas y su entorno. El retrato me ha sido algo sencillo de conseguir ya que el trato con la persona era muy directo natural, nada tenso. Me ha gustado inmortalizar sus fiestas, sus costumbres, su cultura.
La naturaleza me gusta mucho, soy andarín casi más por obligación, por causa de la diabetes, que por devoción, y siempre me ha gustado recorrer caminos, montes y aquí en Juslibol tenemos el Galacho, la orilla del Ebro, los escapes, las cuevas … en cada uno de estos lugares encuentras motivos interesantes para fotografiar.
Me encantan las flores y tengo la oportunidad cada primavera de hacer bonitas fotos macro a las flores silvestres que encuentro en mis caminatas.
Cuando viajo aprovecho y gozo como un enano haciendo no cientos sino a veces miles de fotos, ya que el “carrete” que uso da mucho de sí.
- Una buena parte de tus fotos tiene el afán de retratar a la gente común. Recuerdo un hermoso libro de un novelista italiano, Vidas de hombres no ilustres, en el que G. Pontiggia intentaba narrar la vida de gente común con el tono y la dignidad de las vidas ilustres. ¿Tus retratos buscan algo semejante o más bien revelan una dignidad silenciosa, genérica, no retórica, que se impone al espectador más allá de la peripecia concreta del retratado?
- Es verdad, en cada retrato pretendes reflejar lo que esa persona es por dentro y sus rostros serenos suelen reflejar también lo que son y hacen. En los mayores se reflejan las huellas del paso del tiempo, por ejemplo, en los niños la ternura, la ingenuidad, la vitalidad reflejada en sus ojos, en su mirada.
Podría publicar un libro con rostros de personas no ilustres pero no menos interesantes y queridas, al menos para mi, pues con todas ellas he tenido un trato sencillo, directo y continuado.
- Por último, haces fotos de aldabas, un extraño objeto que todavía es frecuente encontrar en muchos pueblos y ciudades, pero cuya función y valor de uso son cuanto menos dudosos. ¿Qué hay en ellas que te atrae?
- La aldaba en la época en la que no existían los timbres ni existían, sobre todo en zonas rurales, edificaciones demasiado altas, era la manera más sencilla de llamar y como era un objeto necesario se esmeraban en hacerlas de las formas más diversas y algunas eran verdaderas obras de arte. Hace mucho tiempo que allá donde voy si encuentro aldabas me las guardo en mi cámara. Seguramente si no me hubiera interesado por la fotografía no me hubiera fijado en estas pequeñas y llamativas obras de arte tan abundantes en algunas zonas, incluso en el extranjero.
El amor a la fotografía hace que desarrolles y mires con otros ojos la realidad, tanto de personas como de cosas por vulgares y deterioradas que estén. Te vuelves más observador del entorno en el que te mueves. Puedes pasar por un lugar cien veces y hacer cien fotografías a distintas horas del día y siempre serán distintas ya que la luz cambia y tu ojo y sensibilidad también.
-----------------------------------------------
Una buena foto muestra el árbol y a través de él descubre en nosotros el bosque entero al que pertenece. Desde luego, no todos los árboles son igualmente bonitos, y, además, mucho de la gracia de las fotos depende de la hora del día, del tipo de día y de otros factores que tanto tienen en cuenta los aficionados. Por otro lado, está la pericia del fotógrafo. Pero, basta que todas esas cosas se alíen en una proporción suficiente para que un botón sirva de muestra, un retrato evoque el tiempo que pasa, una sonrisa nos haga recordar la felicidad o una mueca de dolor nos duela a nosotros también. Ese milagro que consiste en que una imagen despierte a veces ecos tan poderosos, nos haga volar o nos derrumbe, es algo inherente a los productos artísticos. El arte no adormece, no está destinado solo a complacernos, sino que también, bienvenido sea, nos despierta, nos descubre verdades dolorosas, nos ayuda a tomar conciencia. Una buena foto pertenece a ese género de cosas que nos hacer pasar de lo privado a lo general, nos hace ver y sentir el universo en el detalle, en lo concreto, en el instante, ver el árbol y sentir el bosque.
Javier Brox
Algunas de las fotos expuestas:
Precioso información yuy buenos recuerdos de tu vecina del Cantón Curto un saludo
ResponderEliminar