Con tantas alteraciones en el comportamiento como hubo la primavera pasada por efecto ciertas medidas políticas tomadas por los gobiernos locales y central, y también a resultas de la presencia en el aire de pólenes que no habían aparecido nunca antes por la ciudad de Zaragoza, algunos fieros rottwéileres fueron domesticando sus rudas maneras de proceder, aflautando su fiero ladrido, y, desbravados casi por completos, encontraron hueco entre los trabajadores del tranvía zaragozano. Al principio, su cambio de actitud suscitó desconfianza y temor, pero como dieran muestras de haberse vuelto sumisos currantes dispuestos a todo con tal de obtener empleo temporal, enseguida fueron atendidos por los sindicatos y aceptados por sus jefes, que, desde entonces, no han dejado de alabar su actitud y aptitud para el desempeño de las labores encomendadas. Trabajan más de ocho horas sin ladrar, no cesan en su actividad para fumar, tomar café o u organizar protestas, y apenas piden tener un cuenco de agua en las proximidades. Además, su alegría desbordante no desaparece aunque les llamen el fin de semana para solucionar un imprevisto. Todas esas virtudes, que, en tantos otros trabajadores no son sino una forma de trepar y conllevan actitudes insolidarias hacia los compañeros, en el caso de los roadwéileres, conviven con una inusitada bondad. Si alguno de ellos sufre un percance, pongamos por caso, debido a la conducción temeraria o desesperada de algún vecino, siempre aparece a su lado otro de su especie para asistirle.
Sabida es la animadversión de algunos canes hacia otros representantes del reino animal, en particular gatos y pájaros. Pues bien, estos benditos cuadrúpedos incluso se solazan en el Ebro con los patos, que, con grandes esfuerzos, el ayuntamiento ha conseguido aclimatar. Otro tanto ocurre con los pajarcillos que suelen posarse en las ramas de los pinos. Vean, sino, en la foto anterior, cómo pasa sus noches un roadweiler, al que podríamos casi calificar de persona no humana, junto a los gorriones. A la hora de la siesta o cuando el capataz se lo indica, saber recogerse con discreción en pequeños rebaños que ocupan un espacio mínimo de la calzada. Lo hacen de forma disciplinada, como si fuesen un cruce de oveja y centurión:
Pero estas benditas bestias que han sabido renunciar a su fechorías, dada la peligrosidad de las misiones que se les encomienda, sufren frecuentes percances, que llegan acarrearles la muerte. Quienes, entonces, no se muestran a la altura de los servicios prestados por ellos son sus empleadores, que los abandonan en especie de indignas fosas comunes:
Aquí dejo una pequeña galería de imágenes que da prueba de la bondad, orden, disciplina de estos bichos, sin por ello renunciar a algunas de sus más arraigadas costumbres, como la de olerse intensamente:
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