domingo, 9 de septiembre de 2012
La exposición de septiembre en el paredondehelarte: Fotos de un viaje al Anillo de oro ruso, organizado por el Departamento de Ruso de la E.O.I.1 de Zaragoza (II).
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Alicia y Michel un día soleado de invierno ruso / Алисия и Мишель. Солнечный день русской зимы.
Tolstoi, León, Guerra y paz, Alianza Editorial, 2008, p. 925.
Una edad crítica, en el fondo, puede ser cualquiera. Me refiero a ese momento en el que uno siente hasta la médula que debe cambiar, pero en serio, subirse a la columna, como el estilita, o al árbol, como el barón rampante, para ya no bajar más, acampar con el 15M, o irse a la India, 30 días al desierto, a una comuna, o dar las clases de otra manera. A Santo Tomás le pasó muy joven y de ahí nació el género literario de la confesión, pero en Tolstoi la gran renuncia se estuvo larvando casi toda su vida. La llevó a la práctica demasiado tarde y casi no tuvo tiempo de disfrutar de su segunda oportunidad. Buen modelo ese, poner tajaderas pocos días antes de morir, seguramente el más digno, en el que no se permite siquiera el acomodo a la vida nueva:
“…Su vida matrimonial duró unos cincuenta años y no empezó a complicarse seriamente hasta la llamada conversión de Tolstói. Con el tiempo, a raíz de las suspicacias de Sofía, se vio condenado a llevar un diario secreto, que ocultaba en una bota o bajo la camisa. La idea recurrente –más de 15 años- de marcharse de la casa familiar para abandonar un tipo de vida que le repugnaba por intranscendente y lujoso chocaba con las consecuencias que se hubieran derivado de ello, con lo mucho construido en el terreno familiar, que actuaba como un muro infranqueable. Su hija Tatiana señala cómo “Un día hizo la siguiente reflexión: ¿Qué ocurriría si dejo a mi familia? Otro hará lo mismo y luego un tercero. Y el resultado será que acabaré ayudando a otra familia cuyo jefe ayudará a la mía, y así sucesivamente?” (ibid., p., 87) o también observa las razones más morales que sentimentales que el escritor se daba para no desaparecer: “Si no tomo ese partido es porque de hacerlo, sería ante todo por mi bien personal, para escapar de una vida envenenada por todas partes. Y pienso que para mí es necesario soportar esa vida” (p., 85). A partir de un momento dado, después de la muerte de un hijo, Sofía empezó a manifestar anomalías psíquicas, que su hija describe diciendo que “refería todo a sí misma”: ella que antes “siempre estaba dispuesta a entregarse por entero sin pensar jamás en sí misma fue presa de una preocupación enfermiza…” (p., 93). Al final, como es sabido, Tolstói acabó por marcharse para morir pocos días después en unas condiciones que se parecían más a la austera vida a la que había aspirado durante tanto tiempo. En el lecho de muerte apareció su mujer: “Entramos. Mi padre estaba inconsciente. Los médicos nos dijeron que era el final. Mi madre se acercó, se sentó a su cabecera e, inclinada sobre él , murmuró palabras tiernas diciéndole adiós y pidiéndole que la perdonara por todo aquello de lo que fuera culpable. La única respuesta que obtuvo fueron unos profundos suspiros” (p., 123-24).
Fragmento de la reseña, publicada en este mismo blog, de: Tolstói, Tatiana, Sobre mi padre, Barcelona, Nortesur Primera persona, 2010.Traducción del francés de Julia Escobar.
Entrada al parque escultórico Art Muzeon, Moscú /Вход в скульптурный парк «Арт Музеон», г. Москва.
“En los terribles años de Yezhov pasé diecisiete meses en las colas de las cárceles de Leningrado. En una ocasión, alguien, de alguna manera, me reconoció. Entonces una mujer de labios azules que estaba tras de mí, quien, por supuesto nunca había oído mi nombre, despertó del aturdimiento en que estábamos y me preguntó al oído mi nombre (allí todas hablábamos en voz muy baja):
-Y esto, ¿puedes escribirlo?
Y yo dije: –Puedo
Entonces algo parecido a una sonrisa asomó por lo que antes había sido su rostro.”
1 de abril de 1957, Leningrado
Anna Ajmátova, en Rico, Francisco con Lentini, Rosa, Mil años de Poesía europea, Blacklist, 2009, p. 947.
El metro de Moscú / Московское метро
“El metro prosigue bajo tierra la misma tarea de fijación de la memoria emprendida en la superficie. Obra sólida, impugnada por todas las tendencias de la arquitectura moderna, sin excepción, per, quizá por ello, la preferida de Stalin, que a través de ella proyectaba estética y funcionalmente, su rusofilia, la autarquía total de la patria del socialismo. Entre 1935 1938 se proyectaron veintiuna estaciones y según la Academia de las Artes de la URSS: “Cada una de las estaciones debía tener una composición arquitectónica propia e irrepetible y, al mismo tiempo todo estaba planeado como un conjunto unitario, en el que se realizase de manera total la síntesis de las artes”. No es tan comprensiva la sanción de Bruno Zevi. El historiador italiano de la arquitectura sitúa el metro de Moscú dentro del monumentalismo rusófilo y se ceba especialmente en las estaciones de Kiev y Komsomol, realizadas por por Schechulin y, según él, … mezcla de neoegipcio, neogriego y neobarroco, estilización neoclásica la otra, con pilastras acanaladas y capiteles compuestos.”
Vázquez Montalbán, M., Moscú de la Revolución, Planeta, 1990, p. 190
Una de gato: es que en Súzdal, la primera noche, gente, lo que se dice gente, solo vimos en el hotel. De ahí este título: El habitante de Súzdal / Житель Суздаля (Comentario de Marta).
Monasterio Novodévichi, Moscú /Новодевичий монастырь, Москва
La calle Bolshaia desemboca en la plaza donde se abre majestuosa la entrada al monasterio Novodevichi, conjunto arquitectónico de los siglos XVI y XVII que bastaría con su belleza para ser visitado si no contara con el inmenso valor añadido de un cementerio del mismo nombre (…) Allí descansan Chejov, Bulgakov, Gogol, Einsenstein, Prokofiev, Stanislavski más o menos discretamente. Pero la visita a este cementerio no fue pública en los tiempos de Breznev, porque junto a tanta tumba artística estaba la de Kruschev, un muerto demasiado vivo políticamente (…) La escultura de Kruschev tiene su curiosa y tierna historia, porque se debe a Ernst Neizvestny, artista aperturista que en cierta ocasión tuvo una airada discusión pública con con Kruschev a propósito del arte moderno. El entonces poderoso Nikita visitaba visitaba un exposición de arte organizada por Neizvestny y se mofó de la pintura abstracta como si fuera una triquiñuela del espíritu al alcance de los lápices de colores de cualquier niño. Es una mierda, dijo Nikita textualmente. Muy dignamente, Neizvestny le dijo que se metiera en sus cosas y no opinara sobre lo que no entendía. Allí fue Troya, pero Kruschev aprendió la lección, buscó la amistad del artista y dispuso que fuera el autor de su mausoleo.
Vázquez Montalbán, M., Moscú de la Revolución, Planeta, 1990, p. 113
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