miércoles, 27 de octubre de 2010

La exposición de noviembre en el paredondehelarte: José Ortiz, reencuentro del artista adolescente.

En noviembre nuestro paredondehelarte acogerá una exposición de José Ortiz. He aquí el texto de presentación y las fotos de las obras expuestas

Arqueología de las formas

Allá donde busco información sobre la trayectoria de José Ortiz como pintor me encuentro con un detalle sobre el que involuntariamente se ha fijado mi atención, y es que hace algunos años volvió a pintar. En segundo lugar, me fijo en el hecho de que había cogido los pinceles siendo muy joven, casi un adolescente. Me pregunto por qué me llama la atención esa vuelta a la pintura y me doy cuenta de que el detalle cobra una gran importancia autobiográfica en la imagen que me hago de José. Quizá solo sean proyecciones hechas a partir de mi experiencia, pero intuyo que esa vuelta a la pintura supuso un reencuentro con algo de lo mejor de sí mismo, algo que llevaba dentro, quizá adormecido o callado, durante los años en los que uno se ocupa de los hijos, de la casa, de la carrera, y casi no tiene tiempo para soñar despierto, o, en el peor de los casos, se embrutece dando importancia al coche, a los intereses bancarios, a los ahorros y otras enfermedades morales parecidas. No creo que sea ése su caso, porque lo que conozco de él es todo cordialidad, interés sincero por el detalle de la vida ajena, y simpatía –cómo me gustó reconocer sin decírselo a sus parientes putativos cuya foto tiene discretamente colocada en su despacho universitario. Lo cierto es que quien no escoge por entero la dedicación exclusiva al arte, vive sitiado por la dispersión. Por eso, tal vez, por haber sabido reconquistar una isla taller en su interior, el mérito de José es grande. El y su mujer, Monique, antes de pasar a la docencia universitaria, trabajaron unos años en nuestro centro y me resulta difícil disociar la imagen de José de la de ella. No puedo pensar en él más de treinta segundos sin que se me corporeice Monique como un numen protector que limita y modera su energía, al tiempo que la potencia dulce, pero severamente. Supongo que él está tan moniquizé como ella joseizée. Desde luego, dan la sensación de ser una pareja en la que uno amplifica lo bueno del otro, que a su vez está dispuesto a tomar conciencia de lo malo propio. Esa es mi impresión, pero vaya Vd. a saber, que, salvo entre nosotros y en Semana Santa, la procesión suele ir por dentro.

Seguramente la vuelta a la pintura en el caso de Ortiz es un regreso a la ingenuidad perdida, a la inocencia maltratada por la vida adulta, el regreso a un territorio palpitante de felicidad, tan asediado como necesario. Digo felicidad y a lo mejor debería decir autenticidad, porque la felicidad, tal y como la entiendo, también puede ser sufrimiento.

José parece querer traducir en pintura cuanto le interesa. Los títulos de sus obras, tan variados que incluyen obras literarias o cinematográficas, topónimos, temas bíblicos, mitológicos, estados físico espirituales, parecen dar muestra de la amplia variedad de temas por los que se siente llamado. Su mejor manera de procesar esas realidades es pintarlas, y lo hace de forma cada vez más abstracta, como muestra la serie que hoy nos presenta, carente casi por completo de los elementos figurativos que aparecían en buena parte de su obra anterior (vid. http://www.jortiz.es/). Manchas de color que, enmarcadas por fondos de un gris delicuescente, renacen por fuerza propia en paredes envejecidas, lavadas, que no son otra cosa que el lienzo, tratado como si fuera cerámica esmaltada, con una mezcla minuciosa de amor y rabia. Es una especie arqueología lírica, de dulce expresionismo que restaura las imágenes perdidas, presencias gestáltico artísticas, que, como si hubieran pertenecido a mundos sumergidos, reaparecen para convertirse en verdaderos (re)descubrimientos para el espectador. Algunos de sus cuadros tal vez tienen remotos referentes figurativos, pero sobre todo cifran sentimientos, sensaciones, anhelos indeterminados.

Felix de Azúa, señalaba recientemente algo que veo presente en esta exposición, referido a la poesía en su caso, "en el ascenso de la continuada abstracción, el artista adolescente abandona el territorio viviente de las palabras y entra en la escuela de la técnica compositiva y la filosofía del arte" (Autobiografía sin vida, p. 159). Ese territorio viviente, de las formas y colores en este caso, del que todo parece querer expulsarnos, revitalizado a través de una sincera abstracción, es el que retrata José en sus cuadros, ya de vuelta de tantas cosas, pero con la mirada aún fresca. Quizá una frase de Coetzee, una sabia paradoja, podría resumir esta pintura encandilada, adultamente infantil: “Una inocencia digna de respeto es una inocencia sin inocencia” (J.M. Coetzee, Contra la censura). En el vano intento de pintar el territorio feliz perdido reside la emoción que provocan estos cuadros, una emoción con rasguños esmaltados de melancolía.

Javier Brox

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1 comentario:

  1. No puedo decir que te has superado esta vez porque todas las exposiciones son de tremenda altura, pero cada vez que paso por el hall se me van los ojos a la paredondelarte. Me gusta mucho, muchísimo.

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