domingo, 24 de octubre de 2010

Aldabas de Praga (I)

Aldabas de Praga (II)

Hablábamos sin cesar, dijo, J., G. y yo, de Europa Oriental, llevaba toda la velada oyéndonoslo hacer, pero ¿no podíamos entender que incluso al utilizar esa denominación estábamos, aun sin darnos cuenta, actuando en connivencia con los soviéticos y aceptando el statu quo? ¿Europa oriental?, dijo fulminándonos con la mirada uno a uno, ¿dónde estaba eso? ¿Dónde comienza Europa oriental? ¿En Moscú? ¿En Budapest? ¿En Praga? ¿En Viena?
Banville, John, Imágenes de Praga, Madrid, Herce, 2008, p., 58.

Quizá la gran victoria de las marcas, punta de lanza del capitalismo globalizado, ha sido que hasta los muertos de hambre luzcan cinturones falsamente barriobajeros de Dolce e Gabbana o gafas elegantemente gansteriles de Prada, sean numeradas o copiadas. Que los niños africanos lleven camisetas de la selección española puede que sea motivo de orgullo para algunos, pero desde luego también engorda los bolsillos de las fabricantes de ropa deportiva. Es curioso que no hay emoción colectiva que sea celebrada por los medios de comunicación que no tenga un sponsor multinacional más o menos escondido detrás. Hasta los hospitales psiquiátricos han sido fagocitados por Coca-cola. En nuestro mundo urbano el rey de este teatro de representaciones es el accesorio y el escenario ideal el fin de semana, las reuniones con los medio amigos o conocidos, que es con los que mejor se puede fingir ser lo que querríamos ser, aparentar, incluso ante nosotros mismos, que tenemos buen gusto, somos burgueses como el que más, hasta darnos el pego por completo hasta el siguiente sábado. Ese guiño al otro, la búsqueda cómplice de distinción, está menos ligada a las prendas principales que a los accesorios. Y es que, en el fondo, metidos a aparentar, es mucho más fácil hacerlo con un bolso o unos zapatos, o una estancia en un spa, que con un traje a medida que con un coche de 40.000 euros o una buena casa, difícil de encontrar en rebajas. En el extremo de la expresividad representativa, como un gesto histérico, están esas chaquetas o abrigos que llevan la marca en una etiqueta como de cuello pero cosida con cuatro puntadas en la manga, una suerte de aviso luminoso con la frase “no te vayas a creer”. Se ven mucho en las bodas de medio pelo. En el estilo casual y con la crisis de por medio, Zara, Mango y demás, son bien aceptados, eso sí, en compañía de buenas gafas o bolsos de de Loewe, de los que tanto abundan en los autobuses a las horas punta. En la idea tradicional de la elegancia, el accesorio, como su nombre indica, era algo secundario, el pañuelo blanco en el bolsillo de la americana no era más que la guinda de un buen pastel. Es proporcionalidad en relación al conjunto suelen respetarlas las aldabas, quizá como síntoma de una sociedad férreamente estructurada, no se si más clasista, pero desde luego más unívoca en su simbolización. Praga no es una excepción y casi podríamos decir que los portales de palacios de un rango inferior a 7 sobre diez han preferido prescindir del accesorio, no fueran a ser tachados de pretenciosos. He aquí una selección de llamadores:
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