En mi caso, el reclamo me hace deambular hasta el agotamiento de una tienda a otra en busca de una ganga, que no es un baile de origen africano, sino uno más de los inútiles objetos o prendas que tanto entusiasmo me producen recién comprados como dudas me hacen surgir en cuanto recibo los primeros comentarios al llegar a casa. Por eso, suelo volver cogiendo la línea circular en sentido contrario al que me conviene, para que me dure más el chute de la rebaja. Hay veces que pienso incluso que he timado a quien me lo ha vendido. En fin, que soy una vulgar víctima, un reo de estupidez compradora, pero el gustirrinín que me producen los descuentos superiores al 70 por cien sobre el precio de origen es a veces tan duradero como para no apagarse hasta que me pruebo ante el espejo lo adquirido. La consecuencia negativa de este apego mío por los descuentos reside en el hecho de que cuando no los hay se me pasa el afán comprador y me vuelvo tacaño, desconfiado con los negociantes, receloso hasta de los precios de, pongamos por caso, HyM y todo me parece carísimo, aunque me haga falta y esté la mar de bien.
Un sector en el que sin duda me gustaría introducirme como comprador, pero en el que desgraciadamente no hay rebajas es el de los utensilios profesionales, en particular los que tienen que ver con los oficios ligados al auxilio, ya sea del cuerpo o del alma. Los armarios de dentista, las camillas que permiten posturas inéditas, los martillos de plástico para medir los reflejos, los fonendos, los kits completos de visita a domicilio, las lupas con luz de los dermatólogos, esos aparatos mágicos para mirar las amígdalas, los maniquíes de acupuntor. Y qué decir de los paramentos eclesiásticos y de los objetos de iglesia, los farolillos, los capuchones de los papones, las lámparas labradas, los candelabros. En el caso de los utensilios médicos hay dos vías para calmar la sed de poseerlos. Una consiste en contentarse con las imitaciones infantiles; la otra, estar atento a las ofertas de cadenas como Lidl o Aldi, que a veces hacen incursiones en el sector: tensiómetros de muñeca, maletines de primeros auxilios para el coche o la cocina, masajeadores varios. Aunque sea poca cosa en comparación con lo que ofrecen tiendas como las de las fotos que publico a continuación, tienen la ventaja del precio reducido.
Pero, en el sector en el que hay que morir al palo es en el de los objetos religiosos, no los destinados a los fieles, sino a los curas. He leído, por ejemplo, que el actual Papa lleva zapatos de Prada y que ha resucitado algún tipo de gorro con armiño que los papas no usaban desde hace muchos años.
Por su parte, ya Fellini en su película Roma presentó un antológico desfile de ropa eclesiástica :
Sin embargo, a mi lo que más me gusta no es la ropa, que es de uso difícil a la hora de dar clase de idiomas y también en ámbito doméstico, aunque algún empleo se le puede encontrar…lo que más me gusta, decía, son los objetos. En Cádiz, en las tiendas de alguna de las cofradías, he encontrado cosas apetecibles, pero demasiado caras. En Zaragoza, el otro día vi este kit de últimos auxilios, dotado de cierre de seguridad, y seguramente protegido por una maletita de buena piel, que me hubiera gustado comprar. Sé que jamás estará de rebajas, pero tengo la esperanza de que tiendas como aquella en
la que lo vendían acaben entrando en las grandes superficies, donde poco a poco se verán abocadas a los descuentos. Confío, además, en que, por ejemplo, Lidl se dé cuenta del nicho de mercado que está perdiendo. Por su parte, Imaginarium está tardando en sacar una línea de productos inspirados en la moda religiosa. Quizá, así, aumentarían las vocaciones.
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