jueves, 7 de abril de 2016

¡Cierzo de moderado a fuerte en el valle del Ebro! ¡Acabáramos!

Autor del gif: Fuente del gif:  Kajetan Obarski (Fuente)

Desde que el histórico Mariano Medina se extinguiera muchos años ha, el boletín meteorológico televisivo no solo ha ido empeorando progresivamente, de forma lenta pero segura, sino que, al tiempo que se degradaba, fue alargándose más y más, hasta formar junto con la información deportiva, el bloque más largo de la información de los telediarios. No es que a mí me importe mucho, porque no atiendo a esa llamada que en muchos hogares se hace a voz en cuello cuando se sabe que el oráculo meteorológico va a empezar a dar sus previsiones. ¡El tiempo!, se oye retumbar por los pasillos, y hasta quien tenía la taza del váter al alcance acelera los trámites y, así , por unos instantes, sentirse feliz por saber lo que le va a ocurrir al cielo al día siguiente.
Mi problema con el boletín, a parte de que no sé abreviar ciertos trámites, es que no me entero. Brasero ha acabado de gesticular y parlotear como un aplicado petit maître y yo sigo allí frente al televisor sin haber podido concentrarme, sino es en su indumentaria, en su estatura o en las palomas que dibujan sus manos mientras hace aparecer y desparecer mapas, nubes, cordilleras, como si de un feo dios de barriada se tratara. A veces, cuando estoy algo melancólico, consigo concentrarme y llegar a la conclusión de que lloverá o hará sol. Habrá viento de moderado a fuerte en el valle del Ebro, es uno de mis mantras preferidos y cada vez que lo cazo, sonrío y pienso, qué grata sorpresa, qué variable es la rutina aragonesa, polvo viento y sol.
Creo, sin embargo, que el problema de fondo de mi incapacidad para concentrarme en el boletín, incapacidad que se alterna en las jornadas de calma chicha con una impaciencia infinita que me lleva de nuevo al váter, aunque no tenga ganas de na, se debe al hecho de que hace tiempo que en las previsiones metereológicas, como en general en los reportajes de muchos corresponsales, lo que cuenta no es el mensaje trasmitido, sino la retórica hueca, ese plus de inútil gesticulosidad, de vanas inflexiones de la voz, que más parecen características de un vendedor a domicilio de cacharros mágicos que de un periodista hecho y derecho. Ver cómo se engolan hasta el punto de que parecen pavos reales parlantes o cómo se recrean en los medios técnicos puestos al alcance de sus dedos, cómo abusan de mi paciencia alargando los contenidos, agarrando el micro como si fueran estrellas del pop, me desespera.
El origen del mal se encuentra, como señaló Ferlosio, en aquel periodista llamado J. Hermida, que había renunciado a su acento murciano de origen, para subirse a la nube de la máxima redichez:

No sé si a lo que aspiraba, con las mejores intenciones, era a hacer del hablar televisivo un arte nuevo. Pero esta misma pretensión no podía ser sino algo inconscientemente sugerido por la perversidad del propio medio; sólo en el seno de éste cabe la aberrante idea de que la función de la información no tiene por qué ser, al menos idealmente, una y la misma en cualquier medio, sino que admite variantes, tanto de estilo como de sentido, adaptadas a cada situación y cada receptor. El resultado era que su actuación incidía literalmente como una interferencia en el camino de la transmisión entre las noticias y sus receptores; su voz, su dicción, su arbitrariedad en la articulación sintáctica, su expresión, sus gestos, mucho más que como vehículo transmisor, actuaban como interferencias en la transmisión misma; se habría dicho que su intención era impedir, descombinándolos o recombinándolos en otro sentido, los contenidos mismos, como alguien que, al tiempo que nos está diciendo algo, hace toda clase de ruidos y muecas con la boca, impidiéndonos entender lo que nos dice, o como tratando de alterar o boicotear el contenido mismo”.

No quiero ni pensar a dónde podría haber llegado Hermida con sus uves hablando de lluvias fricativas labiodentales sordasLo cierto es que desde que pervirtió el medio, la cosa ha ido a peor y ya no se salva ni el tiempo. ¡Artistas del medio, modelo que imitan los alumnos de periodismo, los aspirantes a brujo televisivo, a mí no me vais a pillar ni a atontar con vuestras danzas hipnotizadoras, como si fueseis la serpiente Kaa. No os creo, mercaderes del tiempo que hará. Antes de ir corriendo al cuarto de estar para enterarme de si habrá cierzo moderado o fuerte, prefiero encerrarme en el váter pequeño, muy pequeño, por cierto, de mi casa!

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