martes, 2 de febrero de 2016

Bajo la lluvia. A los veinte años de la muerte de G. Kelly

"...los usos culturales imperantes imitan el sistema de valores de la publicidad, para la cual un Nombre es siempre un Nombre, como para los anunciantes de champaña catalán Gene Kelly, aunque salga embalsamado en salmuera de polvos de talco a dar dos o tres pasos de baile semiparalítico (...), será siempre incondicionalmente Geneee... ¡¡¡Kelly!!!, del que se sabe que no cobra precisamente cuatro reales por decir "kahrtah nevadahdah". (R. Sánchez Ferlosio)


Chapotear, jugar con el agua casa bien con la alegría, te devuelve a un estado en el que te confundías con lo que te rodeaba, como un niño en una inmensa playa, junto a un pequeño charco en el que concentra toda su atención. En la escena de Cantando bajo la lluvia, el mundo adulto está presente a través del sombrero, el traje, el ambiente urbano, pero lo desmiente la ligereza de los pies del bailarín, su desprecio del paraguas.

Mas la lluvia casa bien con la tristeza. Las gotas que te mojan el pelo, que llegan a los labios, son como un inmenso llanto del que te conviertes en un desheredado interprete. Tuve una amiga que en cuanto empezaba a jarrear salía a la calle a pecho descubierto a andar, a pasear su desvelo, a dejar que se emparara su tristeza.

Por mi parte, no soporto los paraguas, los pierdo y ni siquiera recuerdo haberlos perdido, me molestan colgados del brazo, con esos mangos  tan retóricos, tan rebuscados, tan pretenciosos. Y, además, son siempre pequeños, ni siquiera las sombrillas de los entrenadores ingleses de fútbol te cubren del todo, te aíslan de la humedad. Y si es así, mejor mojarse de verdad, sentir el efecto del agua, cómo te despeina, cómo pone en evidencia la edad, cómo, a partir de un momento dado, en lugar de gracioso o majico, pasas a ser patético y sientes que ni derecho tienes a estar triste bajo la lluvia.

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