domingo, 31 de enero de 2016

Leer a Cervantes, sentir como está escrito.

Leslau


- Nunca he vivido de ilusiones. Soy filólogo (Aub, Max, Campo Francés)

Según se van acercando las inciertas celebraciones del IV centenario de la muerte de Cervantes, arrecian las declaraciones de todo tipo al respecto. Las diversas instituciones encargadas no parecen ponerse de acuerdo sobre los contenidos y detalles de los futuros acontecimientos. Por otro lado, los especialistas van desgranando opiniones de las que deberían desprenderse las líneas maestras de los fastos. Hace poco menos de una semana, F. Rico subrayaba la doble vertiente de la principal obra cervantina, por un lado, un texto cuya mejor vía de acercamiento es la lectura, y, por otro,  un mito, una construcción ideológica que puede servir para un roto como para un descosido:

"Conviene aquí tener presente que el Quijote es un texto y es un mito, independiente del texto, no sujeto a él, y que hoy resulta casi imposible abordarlo sin falsillas previas. Las más pertinaces las fijó el romanticismo alemán: el tema de la obra, definía Schelling, es “la lucha de lo real con lo ideal”. ¿Por qué no? A mí me gusta lucubrar que El Quijote ilustra en grado soberano un aspecto esencial de la condición humana: vivir contándonos a todo propósito historias sobre nosotros mismos que se enfrentan con las limitaciones y condicionamientos de las circunstancias. Refútelo quien quiera. Porque, como fuere, la invitación a ir más allá de la letra, y aun a postergarla, forma parte de la grandeza y la vigencia del Quijote" (F. Rico).



Restos de una de las manifestaciones más extremas del trato que ha sufrido la figura del Quijote acabo de encontrarlo en Tumulto (Malpaso, Barcelona, 2016. Trad. Richard Gross) la entretenida obra de H. M. Enzensberger, no del todo bien traducida, un autorretrato en el que el polígrafo alemán pone en cuestión tanto como ensalza su propio diletantismo: 

"Sólo por Castro no sentiste excesivo entusiasmo.

La comparación con Don Quijote que se oye con cierta frecuencia se la tiene que atribuir (sic)  [¿hay que atribuírsela?] a sí mismo. "La Revolución ha mostrado que en Cuba hay más quijotes que sanchos", dijo en 1966. La novela de Cervantes fue una de las primeras publicaciones que mandó imprimir, un total de 150.000 ejemplares. Todos debían leerla. de su identificación con el protagonistas también da fe la estatua que hizo erigir en el jardín de la Unión de Escritores. representa al manchego como luchador antiimperialista". (p. 156)

Ahí queda, refútelo quien quiera, que decía Rico.


Lo cierto es que sería de desear que la conmemoración venidera propiciara la (re)edición de estudios sobre Cervantes. Sobre Shakespeare, por lo pronto, Debolsillo ha aprovechado para traducir la obra de Stephen Greenblatt,  El espejo de un hombre, publicada en inglés hace diez años.



Pablo L. Rodríguez, crítico musical del País contaba el sábado pasado una sabrosa anécdota en su reseña del último concierto de M. Pollini en Madrid. Preguntado el pianista Artur Schnabel sobre la tendencia a la que pertenecía, "a los que tocan como está escrito o a los que lo hacen como sienten", contestó: "¿no puedo pertenecer a los que sienten como está escrito?" (My life and music, 1961). Quizá sea esa una buena formulación del deber de la crítica literaria, hasta de la filología de autor, no renunciar al zeigeist en el que uno está inmerso, conocerlo, pero al tiempo no prevaricar retroactivamente, mostrar el debido respeto por los textos, por su contextualización histórica, por las determinaciones en medio de las que nacen. Quizá sea eso lo más difícil, no desaprovechar los conocimientos actuales para descubrir las diferencias y las líneas de continidad entre pasado y presente. Hablando de su formación, de sus maestros Jordi Llovet escribía hace unos años: "El discípulo polaco [Květolslav Chvatík] de Ingarden hizo que yo entendiera que la obra literaria posee una relativa autonomía con respecto a las determinaciones que llamamos históricas -el hecho es que la propia literatura siembra hitos históricos en el panorama de toda civilización, quizá con menos ruido que las batallas o las guerras, pero con una eficacia y un carácter perdurables-; el otro, un discípulo checo de Lukács y de la teoría marxista del arte, me hizo entender que las relaciones entre lo que llamamos Historia y las obras de arte de cualquier tiempo es una relación dialéctica: tesis, esta, que los mismos Marx y Engels terminaron por aceptar a las vista de las magníficas producciones del genio de los hombres en tiempo de miseria o tribulación" (Llovet, Jordi, Adiós a la universidad. El eclipse de las humanidades, Galaxia Gutemberg, 2011, p. 75. Trad. Albert Fuentes, ). Quizá, el reto de la crítica literaria y/o de la filología resida en ahondar en esa aparente contrariedad, la zona de fricción entre las determinaciones históricas de todo tipo y la transcendencia del hecho artístico, la perdurabilidad de obras como el Quijote, hijas de su tiempo, pero a la vez vivas en el nuestro.
Bien podría el IV centenario de la muerte de Cervantes para que las autoridades, en lugar de utilizarlo de mala maneara como producto cultural, esa cosa a medio camino entre el comercio y la política, incentivaran la producción de estudios de todo tipo sobre el autor y su obra, de divulgación, sin duda, pero también de auténtica investigación puntera.
Jordi Llovet, en el mismo libro, en un momento dado, clamaba al cielo por la cantidad actual de tesis "absurdas que descansan en los anaqueles de los decanatos de las facultades de Letras" (p. 167). Se esté de acuerdo con la inutilidad de la larga lista de extravagantes títulos que proporciona Llovet, difícilmente se podrá estar en desacuerdo con la rareza de las tesis sobre los grandes temas presentes en los grandes autores: "Ni una tesis sobre Cervantes, ni una sobre Goethe, ni una sobre Shakespeare" (p. 168). Sí, ya sé que es mucho más difícil escribir sobre ellos que hacerlo sobre tantas otras cosas, pero también es verdad que los libros capitales de las distintas tradiciones filológicas tratan de los grandes pesos de la tradición literaria y que escribirlos no debió ser nada fácil en su momento. El IV centenario debería servir (¿debería haber servido?) para acercar la figura de Cervantes a la actualidad en distintos niveles, debería ayudar (¿haber ayudado?) a renovar la tradición de la filología española, mucho más que a agrandar el mito. No vaya a ocurrir  con quienes desde el poder gestionan la cultura  como con ese personaje  que se ufanaba de no saber leer:

Leer no sé, mas sé otras cosas tales/que llevan al leer ventajas muchas/(...)Sé de memoria/todas cuatro oraciones y las rezo/cada semana cuatro y cinco veces/(...)Con esto y con ser yo cristiano viejo, me atrevo a ser un senador romano.

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