Algunos Gifs (Graphics Interchange Format) provocan una especie de hipnosis, proponen pequeñas secuencias de actos que uno querría pasarse toda la vida haciendo, ajeno a lo que ocurre a su alrededor, ciego incluso ante lo que le está pasando por dentro. Uno de mis Gifs otoñales favoritos consiste en pillar por sorpresa una novela y pasarme tres días leyéndola, con cara de perro absorto que solo atiende a la comida, tres cuartos de hora, y vuelta a arroparme con las páginas del libro. Fueron días de adolescencia con, pongamos por caso, Chandler o Hammett, días a medio camino entre la cama y el sillón, que no volverán. Como un perro con el hocico pegado al suelo en pos de un rastro, intento revivirlos, pero persigo una ausencia irrecuperable, he hecho de ese instante un ritual que me permite olvidar que lo que busco es una ausencia que no va a revivir.
Los gifs son secuencias, bolitas de existencia, de ricino o de anís, más o menos significativas, más o menos extensas, que vuelven una y otra vez a empezar. Son algo más que fotos, pero pertenecen a la misma familia. Algunas enfermedades o manías son como gifs animados, Nadal que toquitea las botellas de agua, Gus, de Braking bad que se ajusta la corbata, Rajoy que sufre el pinochesco tic del guiño mentiroso. Hasta en la vida social hay gifs intermitentes, como el de la campaña electoral que no se cumple. Pero quizá donde cobran su verdadera dimensión los gif es en los mitos. Sísifo a vueltas con su piedra o el hígado de Prometeo picoteado por el águila, el pobre Ícaro escaldado, cosas del carácter empedernido o del instinto que nos esclaviza. Como dice Pániker que decía Jung, hay que pasarse la primera parte de la vida construyendo un yo fuerte que permita rechazar los asedios de los ejércitos invasores, vecinos, socios del mismo club, militantes del mismo partido, compañeros de trabajo, proyecciones ideales de uno mismo, para en la segunda parte derretir esa personalidad a fuerza de sencillez y comunión con el cosmos y los otros. Para lograrlo, nada de procurarse experiencias fuertes a partir de los cuarenta, nada de buscar revivir primeros amores, primeros viajes, primeras lecturas, fines de semana entre las páginas de un libro, intentos abocados a la insatisfacción. Prepararse para ser buenos abuelos, si es que llega la dicha y mucha buena serie televisiva …pero, por momentos, ¡qué nostalgia de la nostalgia, qué ganas de pegar el hocico al suelo lleno de hojas caídas!
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