Me dice mi experiencia, fuente de la que no hay que fiarse demasiado, pero tampoco desdeñar completamente, que el hipócrita común suele adoptar una postura única en la vida y que muchas veces esa postura consiste en ir con la encía por delante, mostrando una especie de perenne sonrisa de fingida beatitud, como si quisiera fardar de su felicidad. Es una mueca de papel de envolver demasiado tirante y si te fijas con atención, en los momentos de descuido, se les raja el envoltorio , dejando ver lo que hábilmente esconden, el monstruo indiferente que llevan dentro. Porque su actitud es pura ficción, postura, negación de la cambiante realidad, indiferencia, al cabo, hacia los males ajenos. Pero es que en los casos extremos, también ocultan la realidad a sí mismos, a sus allegados, a los que tiranizan con la cotidiana muestra de la sus dentaduras y encías, sonrisa a la hora de desayunar, que hay que ser felices, coño, sonrisa a la hora de comer, que las lentejas abrasadas están cojonudas, sonrisa para merendar, que el bollicao es delicioso, sonrisa para dormir, que a dormir toca. Ah, y, claro, duermen roncando, ya que lo hacen con la boca abierta, para que se les siga viendo la encía. No vaya a ser que descubramos al monstruo que llevan dentro y le jodamos el negocio, el bufete, la consulta, la canonjía. Son esos monstruos de los que, cuando por razones misteriosas, explotan y la montan, pasando de la sonrisilla al cuchillo, en un cambio vertiginoso de actitud, sus vecinos dicen que eran excelentes personas que les cedían el paso en la puerta, les esperaban para subir en ascensor y siempre decían buenos días, aunque algunas veces les chocara que lo dijeran por la noche; son esos monstruos a los que cuando les pides ayuda, solidaridad, apoyo, te dejan de lado, porque quieren seguir sonriendo a diestra e siniestra, ser amigos de todos, equidistantes en sus negocios, sus bufetes, sus consultas, sus canonjías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario