domingo, 15 de marzo de 2015

Totò contra Kafka


En general, hay algo de Kafka en Totò, en esta escena en particular. Un escenario parecido a los de El proceso. Mostradores monstruosos tras los que se ocultan representantes del orden a los que necesitamos y de los que aborrecemos, a los que sin embargo siempre tenemos algo que demostrar, con los que no podemos dejar de tener deudas, hacia los que nos unen hilos flexibles, irrompibles...como si fueran una proyección de nosotros mismos, del trato esquizoide que estamos condenados a darnos. Balanzas gigantescas en las que se pesa nuestra culpa por un importe que no podemos asumir, condenados a comprar lo que no queremos, a aparentar lo que no querríamos querer. En Kafka no se intenta engañar, hay en el héroe una especie de ingenua contrafé, un afán por demostrar algo que no interesa a quien investiga, a quien imparte justicia. Todo está dicho desde el principio. Todo lo más hay variaciones en la escenificación del desastre, personajes que de repente dibujan efímeras ventanas de luz en El Castillo.  
Sabemos que los héroes kafkianos acaban dejándose las uñas al rascar en la piedra de los altos muros. Esa es su tragicómica maldición, una hazaña inútil. Totò, en cambio, se cuela por las grietas del ingenio improductivo (Marina), se queda colgado de un calambour como quien se sube a la luna por un instante, orgulloso de su pírrica victoria sobre el tedio. En los dos, Kafka y Totò, hay una desesperación comparable. Los personajes kafkianos añoran un orden imposible de entender, son víctimas de su rectitud. Totò es víctima de sí mismo, de un individualismo radical. No engaña a nadie, solo se entretiene, solo nos distrae. Pero, ay, quien más se distrae es quien mejor conoce la sima de la que necesita alejarse, quien más aprecia el humor es quien mejor conoce el lado negro de la vida. Totò necesita olvidar, pasa el rato quitándose de encima la pesadumbre de la carga que lleva, Kafka baila llevando a cuestas esa carga.


https://www.youtube.com/watch?v=BagJx18xCE4

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