Yo entré en Florencia. Era
de noche. Temblé escuchando
casi dormido lo que el dulce río
me contaba. (P. Neruda)
El otoño irrumpe, el invierno se aprovecha, la primavera se asoma y el verano insiste. Sí, el perro ladra y la gaviota garlita. Lugares más o menos comunes, comodines de los discursos sobre la naturaleza, tan necesarios en los largos viajes en ascensor con los vecinos desconocidos desde hace más de diez años. Un otoño que se acerca lentamente en paz no merece llamarse así, sus tres vocales iguales, tres supremos clarines de horribles estridores, parecen no dejar dudas sobre sus pérfidas intenciones. Pero la primavera también tiene lo suyo, nadie sabrá cómo ha sido, pero bien que da la lata cuando empieza a asomarse gateando en las postrimerías del invierno. Todo se llena de agua de los ríos urbanos desperezados, como si volviesen cabreados de una noche de verano sin juerga, sin haber ligado, dando patadas a las esquinas y mearan, llenos del hastío del estío, junto a los contenedores del cristal, uno detrás de otro.
Bien pensado, en España solo hay riachuelos, regatos pequenos, o torrentes improvisados por la función delta, máxima intensidad, mínima duración. Para ríos, los de Francia, que cruzas la frontera y ya ves cauces de provincia dignos de capital del mundo. En Bayona mismo, Adur, Nive, nombres de dioses insondables. En la Nive, entre la pequeña y la gran Bayona, en marea alta, parece que el agua se balancee como un chulo de barrio antes de saltar a por su presa. Pero aquí, hasta hace poco,ni siquiera resultaba posible imaginar la plaza del Pilar con acqua alta, hasta los tobillos de los infanticos, por ejemplo, que quizá entonces romperían la formación piadosa, pero no dejarían de cantar, aquí la Seo, allá el Pilar y acullá de agua hasta las rodillas.
Los ríos se desbordan allí donde más pueden destruir, en la vieja Valencia, en la Florencia el 4 de noviembre de 1966, en la ribera zaragozana de las huertas y las granjas de cerdos:
Acqua alta en Venecia. Fuente de las fotos.
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