Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos, 160
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados, 165
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados (J. Manrique, Coplas por la muerte de su padre)
Aprendí
la interminable lista
de reyes de Judea e Israel y el mundo
no fue mío
ni tu historia
violeta como tus ojeras de doncella (Pseudo M. V. Montalbán)
(Saul, David, Salomón, Roboam, Jeroboam, Nadab, Baasa, Ela, Zimri, Omri, Acab, Ocozías, Joram, Jehú, Joacaz, Joás, Jeroboam II, Zacarías, Salum, Manahem, Pekaia, Peka , Oseas, Abiam, Asa, Josafat, Joram, Ocozías, Atalía, Joás, Amasías, Azarías, Jotam, Acaz (Joacaz), Ezequías, Manasés, Amón, Josías, Joacaz II, Joacín, Joaquín y Sedequías)
Tienen las listas la virtud de mostrarnos la diferencia en el marco de la unidad. Detalles de lo mismo, facetas de una misma cara, aspectos de una misma idea. La primera serie que vi de cuerpos maltratados por la enfermedad fue en un atlas dermatológico: chancros, llagas, descamaciones, eccemas, reflejos del mal que está a la vuelta de la esquina, a la vuelta del amor, porque era un atlas de enfermedades venéreas, no venenéreas, como yo me empeñaba en decir, quizá porque leía el adjetivo de la portada demasiado deprisa, no me fueran a pillar con el libro en las manos. Aquellas fotos me enseñaron los estragos de la enfermedad, pero sobre papel cuché, porque la enfermedad de verdad, propia o ajena, solo la conocería mucho más tarde.
Después, vi la serie de los apóstoles del Greco en Toledo. Volví con fiebre de la visita. El fulgor de su mirada en aquella pequeña sala adensaba tanto el aire que parecía una tienda de chucherías. O, quizá, aquellas miradas más bien aceraban la atmósfera, como si los cuadros, las paredes, perdieran consistencia, como en una tienda de vinagrillos. Solo me quedó en la memoria la expresión ajena al mundo de los doce magníficos y el dragoncito de San Juan.
Tuve, por fin, la suerte de ver juntos bastantes de los retratos de El Fayun. Son hombres y mujeres pintados en una especie de quintaesenciados fotomatones, hechos para ser pegados en la documentación que hay que presentar en la garita de la frontera con el más allá. No creo que ningún cura o funcionario se atreviera a rechazar el ingreso de los hombres y mujeres que aparecen en esas tablillas. En realidad, tal es la nobleza y la densidad de sus miradas que al funcionario de turno no le quedaría más remedio que informarles discretamente que el más allá es solo un invento para que no se dejen de pagar impuestos de todo tipo.
Por fin, hace poco, tuve la suerte de toparme medio por casualidad con la serie de los reyes de Judea en el Museo medieval de Cluny. Son esculturas maltratadas por el tiempo y por la santa saña revolucionaria en 1793. Parece ser fueron tomados por reyes de Francia y por ello arrojados al vacío desde la fachada de Notre Dame. Supongo que ya en el suelo sufrirían todo tipo de ultrajes por parte de los sublevados. Si hubieran sabido que una de las líneas hereditarias estaba emparentada con el mismísimo Jesús, quizá los resultaros hubieran sido peores. El caso es que los reyes acabaron escondidos en los bajos de un banco de París y de ahí pasaron a manos del estado. Los restos de policromía aumentan el contraste entre lo que un día fueron y lo que han acabado siendo, simples cuerpos maltratados por el tiempo y por la mano del hombre, una de las pocas circunstancias (nada desdeñable, por cierto) que el común de la gente compartimos con los monarcas
He aquí algunas fotos de esos reyes:
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