- Me casé con un comunista (I).
- La Conjura contra América (IV).
- Némesis (VI).
3. La mancha humana (2000):
Il m'a expliqué en souriant que rien n'est blanc ou noir et que le blanc, c'est souvent le noir qui se cache et le noir, c'est parfois le blanc qui s'est fait avoir (La vie devant soi, R. Gary).
Cuando aún no sabía que el protagonista era un pequeño gran impostor, el desconcierto que sentí al leer las primeras contradicciones derivadas de la primera de las dos grandes mentiras de Coleman, la sensación de que no había leído lo anterior con la debida atención, la parcial vuelta atrás para pedir algún tipo de cuentas al narrador. No entro en detalles para no revelar, por lo menos esta vez, parte de la trama. Ese pacto según el cual el crítico debe abstenerse de descubrir la intriga, a me parece a menudo ridículo, o por lo menos excesivo. En muchos casos, la lectura es más placentera si se saben detalles de lo que va a pasar. Saberlos, casi siempre permite valorar más el trabajo de composición, la técnica del escritor.En este caso, sin embargo, es mejor no saber.
La conversación final entre el narrador y el presunto asesino de Coleman y amante, sobre un pequeño lago helado, la hábil locura del pescador frente a la conciencia del escritor que se siente llamado por el personaje, condenado a escribir sobre él.
El episodio de la cena en el restaurante asiático, el viaje al muro ambulante, sucedáneo del que se encuentra en Washington, el peregrinaje de los veteranos de Vietnam, a mitad de camino entre el grupo de La parada de los monstruos, unos payasos beckettianos y, si es algo distinto, una banda de desheredados de la historia, sus paganos, enfermos y humillados, obligados a aceptar el imposible resarcimiento moral que les propone el mismo estado que ha arruinado sus vidas a través de la llamada a las armas para luchar contra los amarillos. Lo que para el ex marido de la amante de Coleman iba a ser la catarsis final de su recuperación de la salud mental se convierte en el instante en el que toma la decisión de acabar con los amantes.
El encuentro de la novia transparente de Coleman, a la que casi, como a Micomicona, se le veía pasar del vino por la garganta, de tan clara como era, con la familia negra, la ardua velada en la que se quema lo que están cocinando a causa de la distracción, fruto del esfuerzo titánico por conseguir un aire de normalidad. El abandono de Coleman por parte de ella, incapaz de asumir lo visto.
La mancha humana es seguramente una novela más plana que la majestuosa Pastoral americana y la irregular Me casé con un comunista, pero tiene toda la fuerza del mejor Roth, que, una vez más, sabe convertir lo anecdótico en trascendente, sacar petróleo de una situación banal, crear magníficas correspondencias, convertir la impostura de Coleman en mancha que limpia, como decía Lorca, pero también sabe dar un trasfondo trágico, evocando otra vez el caos vital, esa existencia humana que nunca se sabe por dónde va a salir, pero que se sabe que va a salir por el lado más inesperado, el único lado por donde, una vez leída la novela, podía haber salido. Y es que Roth, como los grandes, va convenciendo poco a poco, creando una realidad que tiene su ritmo necesario, sus ineluctables derroteros.
Por último, el personaje de la profesora francesa. ¿Con quién demonios estará ajustando cuentas Roth? La escena en la que se entusiasma con el lector de Sollers mientras ella lee a Kristeva, marido y mujer, y la decepción posterior. La parábola que vuelve a recordarnos que se puede ser un/una canalla siendo elegante, atractivo, progre y feminista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario