viernes, 13 de enero de 2012

In epístola veritas: El cruce de correspondencia entre Juan (Benet) y Carmen, Carmina, madame Ferlosio, Calila, Carmiña, C. (Martín Gaite), entre 1964 y 1986.

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Correspondencia. Carmen Martín Gaite-Juan Benet . Edición de José Teruel

Editorial: GALAXIA GUTENBERG
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788481099294
Año edición: 2011
Plaza de edición: BARCELONA
240 págs
20€

Leo con retraso las cartas cruzadas entre Benet y Martín Gaite y renuevo mi admiración ante lo que ya sabía, que Benet es capaz de encontrar una aguja en un pajar y convertirla en el oro de un impecable  e ingenioso discurso abstracto, en un análisis hondo y al tiempo entretenido de aquello de lo que trata. Su compromiso era consigo mismo, o, para decirlo en términos más cercanos a sus planteamientos, con ese yo interior al que se dirige su discurso, tan exigente como ajeno a complacencias externas. El compromiso de la escritura de M. Gaite también era, como no podía ser menos, consigo misma en tanto que receptora de su propio discurso, pero ese yo que validaba sus obras tendía a ponerse en el lugar de un lector ideal colectivo, al que quería  proporcionar discursos claros. Una poética clásica la de ella, podríamos decir, frente a otra más aventurera, la de él, quizá más antojadiza,  aunque en ningún caso menos exigente y rigurosa. Seguramente, la doble actividad de Benet, una vinculada al negocio, como ingeniero, y la otra cercana al ocio, como escritor, puedan dar una explicación materialista de lo dicho.
En un momento dado, a M. Gaite le cuesta ponerse a redactar la que acabará siendo su obra sobre Macanaz. Pide entonces consejo a su amigo, quien le contesta con una de las cartas más interesantes de esta correspondencia. En ella, viene a decir a la escritora que en la elaboración del libro se está cruzando su alma de novelista con el proyecto historiográfico en el que se ha embarcado: 
Me parece que hay algo ahí que rechina. Se diría que del Archivo Histórico tratas de sacar el material para dar cuenta cabal de un individuo (…) Al intento de penetrar en cierta intimidad suya el difunto opone una resistencia tenaz…El difunto se aparece como una ciudad amurallada al sitiador: a unos pasos de ella y rodeándola por todas partes apenas la conoce sino por unas torrecillas, uno tejados, unos reflejos de la luz en sus cristales. Me imagino que ha de ser una tortura para el novelista avasallador, acostumbrado a entrar a saco en cualquier intimidad y a no encontrar sino una débil resistencia dentro del carácter más duro, enfrentarse con una situación  ante la cual no puede avanzar un aso más…
O sea, ese recelo a dar con la forma final y representación histórica del difunto es un recelo del escritor de ficción; ese miedo a etiquetarle y a escribirle la esquela no es miedo del historiador, que siempre, o casi siempre, trata de cosas muertas…Ese respeto, mezclado de perplejidad, que infunde la figura del difunto…está fundado en un sentimiento de amistad que sirve no poco para disimular mucha vacilación a la hora de retratarle (p., 115)
Valga este botón como muestra de lo que más resplandece en las cartas, el afán de avanzar por la senda de la verdad, el anhelo de descubrir matices ocultos, nuevos aspectos inadvertidos. Poco importa lo que haya que decirle al otro, y a veces son cosas que podrían provocar serios enganchones (véase, por ej. la carta 57). La suya es una amistad basada en criterios que van más allá de lo personal, en el convencimiento de que, por encima de los dos, se halla una realidad a la que hay que rendir pleitesía y de la que la razón puede intentar hacerse cargo cabalmente a través del análisis. Ser contradicho por el otro es seguramente la mejor manera para seguir esa senda que lleva a plantearse cada vez con mayor hondura cualquier aspecto. Solo al final se nota desfallecer a la pareja, más a Benet, que da la impresión de desatender el formidable diálogo.

Postal de Calila a Juan. Nótese la posición del sello.

Por lo que a sus obras de creación se refiere, de los pactos tácitos sobre los se apoya su amable relación, parece derivarse la disponibilidad a aceptar cualquier crítica, con el convencimiento de que es sincera, pero no entendida esa sinceridad como un prurito narcisista de decir la verdad por decirla. ¡Claro que, paso previo a esa aceptación cálida de la crítica, se halla la consideración de que la propia obra es mejorable, de que hay en ella ingredientes, tonos, personajes, que pueden integrarla más armónicamente! Con tal de que así sea, todo reparo puesto por el otro, cuya perspicacia es aceptada sin chistar, será bienvenido y convenientemente analizado, no vaya a ser también haya que ponerle peros.
Amistad ejemplar, pues, esta, entre quienes, lejos de enrocarse en el carácter sacrosanto  de la opinión propia están dispuestos al esfuerzo y la renuncia con tal de afinar sus criterios. Que la opinión se asocie hoy en día tan a menudo al presunto respeto que se merece quizá sea indicio de que a menudo sería mejor no respetarla, por lo menos en los términos en los que tantos reclaman ese respeto, por el simple hecho de que se trata de su opinión, expresada sin siquiera argumentos que la sustenten.
Atentamente y hasta pronto,
J

6 comentarios:

  1. Lamento comunicarte que-al menos, como poco- en sus diez últimos años de vida, Benet no podía soportar a Martín Gaite.
    Entre otras cosas, daba instrucciones para que no se le pasara el teléfono si llamaba. Cada vez que recibía una carta suya y tenía que responderla resoplaba, bufaba y protestaba en arameo. Y si le invitaban a algún asunto en que fuera a estar ella, iba a regañadientes, pues ya sabía que podía hacer aguas en cualquier momento.

    La verdad es que Calila era muy capaz de estropear cualquier reunión, por el sencillo procedimiento de ponerse a cantar, no se sabe por qué.
    Estropeó una reunión en casa de Oliart con los poetas y escritores catalanes de los cincuenta, que Oliart había organizado a sabiendas de que no tenían muchas ocasiones de verse. Se trataba de un almuerzo. Cuando se pasó al salón para el café, momento en que verdaderamente iba a empezar la tertulia, Calila agarró un chal y se puso a cantar fados. Fue la primera vez que presencié una actuación suya. Yo estaba al lado de María, la mujer de Juan García Hortelano, y no daba crédito.
    -Pero...¿No se va a callar para que la gente pueda hablar?
    -No, hija, no. Ya lo verás.

    A quien Juan apreciaba de veras era a Rafael Sánchez Ferlosio. Ferlosio le parecía muy inteligente, cosa que Calila no, y le gustaba conversar con él las escasas veces en que éste se acercaba por la tertulia de José Luis. Le hacían gracia sus extravagancias y su vida bohemia de intelectual puro, capaz de vivir con media rodaja de merluza, por todo haber, en el frigorífico o de bajar en pantuflas al Café Comercial por andar pensando en la Batalla de Salamina

    Cuando coincidíamos con Calila, ella le daba caña de un modo bastante violento y desgarrado. Por ejemplo, le decía, de entrada, a bocajarro, así, como saludo: "Juan, eres un cabrón".

    Acto seguido, por lo general, como he contado ,cantaba. A capela. En cualquier sitio. Se sabía todas las letras de todas las canciones, pero la voz no era agradable. Una vez tropezamos con ella en el vagón restaurante de un tren camino de la Coruña y se puso a cantar Leliadoura.

    A Juan esa costumbre le ponía enfermo. Le abochornaba. Le hacía sentirse verdaderamente fatal.

    En cierta ocasión participaron ambos en una mesa redonda en París. Entre el público había numerosos hispanistas y diplomáticos. También intervenía Guelbenzu. Cuando le tocó el turno a Calila, pidió un minuto de silencio por la muerte de Concha Piquer, y luego cantó entera "La Parrala", con repeticiones, estribillos y estrambotes. Fue eterno. Guelbenzu se encendió como una bombilla. Todo el mundo resbalaba hacia abajo en sus asientos y se quería morir.

    Ese fue el día en que Juan decidió no volver a intervenir en actos literarios.

    El momento en que vi publicada su correspondencia y cantada públicamente su amistad como si hubiera sido entrañable, cuando en verdad la realidad era otra, fue para mí muyduro, pues a mí me consta que no la podía sufrir.

    Constaté de nuevo la poca credibilidad que podemos dar a lo que se cuenta de las vidas de los que ya no están aquí. Qué triste, que las vidas humanas sean tergiversadas de esa forma.

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  2. Antes que nada, te agradezco tu comentario.
    Cuando lo he leído, mi primera reacción ha sido pensar en el patinazo filológico que me había pegado. Quizá debería haber empezado por plantearme hasta qué punto había indicios de amistad en las cartas. Lo cierto es que me acerqué al libro de la mano de una reseña de F. de Azúa cuyo final parecía sugerir una especie de amistad desenamorada y me subí al carro. Ahora, no tengo la correspondencia a mano ni ganas de releerla para confirmar.
    Después, me he puesto a echar cuentas, de cabeza, todo hay que decirlo, y con pocos datos, la verdad, y me he planteado si entonces no cabe hablar en absoluto de un periodo mínimamente prolongado y estable de amistad. ¿Todo fue cortesía trufada de perlas de aquel a quien tengo por un señor muy educado ante la probable insistencia de Calila, quien creo recordar que se queja a veces de la falta de respuesta a sus cartas – ese “Juan, eres un cabrón” parece encajar con una demanda de atención?
    Algo de lo que Benet dice en el libro sobre Sánchez Ferlosio se me quedó grabado en la memoria. Ferlosio habría decidido no informarse sobre el saber humano, sino recorrer en primera persona los caminos, vericuetos incluídos, que han llevado a él. Hermosa estampa de otoño en Madrid la del señor de los buenos jerseis de pico al lado del que, huyendo de la merluza, bajaba al Café Comercial en pantuflas, o de pantuflas, como aquel otro del que se hablaba en el libro que intento evocar.
    En cuanto al mal del cante he de decir que lo he sufrido con melodías mucho más vulgares que las cantigas de amigo -¿pero es que todo va a redundar?- y sin querer ser pretencioso sé que puede despertar propósitos criminales.
    En fin, la amistad es irrelevante para la creación. Vale únicamente para pasar el rato, un tiempo que después hay que recobrar. Lo esencial es el amor, porque es indisociable del dolor, luz del conocimiento. Es un tópico proustiano que tenía ganas de recordar.

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  3. La amistad entre Calila y Juan no fue tal. Data del tiempo en que Calila fue pareja de Ferlosio. En esos tiempos se trataron bastante, por Rafael, y me imagino que Calila tendría menos afán de protagonismo y aún no habría contraído el vicio de cantar fuera de la ducha con ocasión o sin ella. Me figuro que Juan se la enjaretaría a su primera mujer y él y Ferlosio se dedicarían a hablar de sus asuntos.
    Cuando Juan y Ferlosio conversaban, nadie podía intervenir, no porque ellos fueran prepotentes y exclusivistas, sino porque profundizaban a un nivel inalcanzable sobre materias de las que todo el mundo está pez. Lo presencié varias veces, enla tertulia de "José Luis". De pronto se ponían a hablar de un afluente del Cinca o de un comandante de la batalla de Salamina, o de cómo la flota se situó hacia un lado o a otro( estos temas los recuerdo literalmente ) Obviamente, nadie podía meter baza, porque nadie sabía tanta geografía ni historia, ni antropología, ni geología. Nadie sabía nada de los meandros de ese afluente ni de si pasaba por un pueblo donde había una iglesia de clara influencia sasánida. Ni remotamente se podía intervenir, como puedes imaginar.
    Por otra parte, en el repertorio de Calila lo que abundaba era la canción española. En cierta ocasión-ahí no estaba Juan-me invitaron a un concierto que Baciero dio en el cigarral de los Marañón, un viejo monasterio que compró en su día don Gregorio. El concierto se hizo en una gran capilla desacralizada, donde Antonio Baciero tocó exquisiteces en un instrumento que era una réplica del que tocaba Juana la Loca en Tordesillas, una especie de espineta con un sistema hidraúlico en la parte posterior que conseguía que los trinos y los tresillos sonaran como pájaros. Fue maravilloso. Cuando terminó, y nos disponíamos a salir al jardín, Calila agarró la puñetera guitarra y -horror- dijo: -¡ No os vayais!
    Por supuesto, y como se dice vulgarmente, muchos nos abrimos a toda velocidad y nos perdimos por el jardín. Los anfitriones y los educados se la tuvieron que tragar, guitarra en ristre, cantando y cantando ab aeternum. Cuando volvimos, nos miró con odio letal. En fin.

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    1. La afición por las batallas (todavía creo que tengo por algún sitio la vieja edición del libro de Benet sobre la guerra civil española, publicado en la misma colección en la que G. Calvo publicó un manual sobre el Estado, un remedo de los franceses Que sais-je -PUF) es algo que entiendo, pero la cuestión del uso y disfrute, no solo literario, de la geografía es para mí uno de los misterios más impenetrables de la historia toda. Cuando oigo hablar del Cinca, del que creo que no vivo muy lejos desde que dejé Madrid, solo sé decir "medio", un poco como los bobos, que cuando oyen "ocho", no se les ocurre otra cosa que "besa el culo al gocho". Habrá un Cinca bajo y otro alto, pero me resultan meras especulaciones. Aun así, hubiera cotilleado en silencio esas conversaciones a las que asististe. Quizá, hasta me hubiese aficionado a los planos.
      No me atrevo del todo a preguntarte cuál fue tu reacción a la avalancha de comentarios sobre la falseada amistad que se produjo a raíz de la publicación del libro, precedida por una gestación en la que la idea quizá quedó también asentada. He comprobado esta mañana que propios y ajenos, editor y lectores, estuvimos encantados en divulgar o dar la información como buena. Bueno, la verdad es que en el primer mensaje hablabas del hondo disgusto que te llevaste. Pero, ¿interviniste o decidiste no hacerlo?
      Un blog es un buen lugar para dejarse llevar por las tentaciones. Más si como este recuerda a una pequeña pensión de provincias. Al tiempo que te hago la pregunta anterior, me arriesgo a conjeturar que Calila se colocó en uno de los vértices del triángulo del deseo, ese desde el que apreciamos a alguien por persona interpuesta, intentando acercarnos a quien es valorado por quien nosotros valoramos. Me refiero a que, si Benet era apreciado por Ferlosio, no podía dejar de serlo también por Calila. Que a riesgo de perder su aprecio, ella no pudiese reprimir las ganas de cantar es otra cuestión. Tiene que ver con instancias no menos impenetrables que la memoria geográfica. Al fin y al cabo, la falta de verdadero aprecio por parte de Benet no parece que fuera el empeño en demostrar sus dotes canoras, escasas, por lo que dices, sino que eso fue algo que más bien subió de noto la indiferencia.
      Gracias de nuevo por el comentario.

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  4. Corrijo una de las frases finales de la última respuesta: Al fin y al cabo, la falta de verdadero aprecio por parte de Benet no parece que fuera POR el empeño en demostrar sus dotes canoras, escasas, por lo que dices, sino que eso fue algo que más bien subió de noto la indiferencia.

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  5. No dije nada en su día porque no tuve ninguna plataforma donde hacerlo ni nadie me preguntó.
    El hecho de cantar en público a viva voz, teniendo además una voz desagradable, es en mi opinión un indicio claro del tipo de personalidad que más podía disgustar a Juan. Creo que no comprendes exactamente lo que hacía. Por ejemplo, el día del tren, no es que cantara a media voz, cantaba para el universo mundo. Todo el vagón mirando. Eran situaciones muy violentas.

    Creo que de Calila no le gustaba nada, le fastidiaba encontrarse con ella y su correspondencia para él era una cruz. Como ,por otra parte, Juan respondía a todas las cartas que le escribían, a no ser que fueran insultantes, esa correspondencia se mantuvo.
    De las escritoras españolas le caía muy bien Rosa Chacel, por ejemplo.
    A Juan le encantaba la ligereza y la profundidad, y Calila no tenía ni una cosa ni otra: era un plomo, esaes la verdad.

    Y para que así conste te lo cuento a ti en tu pensión de pueblo. Si además se llamara" La Ferrocarrilana. Vinos y comidas" habrías tenido a Juan de cliente fijo.

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