Hay momentos en que la gente común se siente protagonista de acontecimientos históricos. Normalmente, su participación en las decisiones que van marcando el devenir político de sus países se produce con una mezcla de desidia, descreimiento y tibio sentido de la responsabilidad, como ocurre en las periódicas convocatorias electorales. Pero, muy de vez en cuando, coincidiendo con circunstancias excepcionales, se produce una fiesta histórica, un atisbo de participación directa en los acontecimientos, de
entusiasmo colectivo en el que cada uno se siente coprotagonista de lo que está ocurriendo, no porque vaya, ni mucho menos, a sacar algún tipo de tajada de los posibles cambios que ve avecinarse, sino porque le embarga la emoción de sentirse parte de un colectivo que se adueña de su destino, que recobra su capacidad de decidir lo que conviene al bien común. En Europa, uno de esos momentos fue sin duda el día de la liberación, el momento en el que en la plaza, en el ágora, se exteriorizó la alegría por la derrota de los nazis. Los testimonios que describen una especie de densa alegría, con la vista puesta en lo ocurrido en los años anteriores, pero también con la chispa desbordante que hace vivir cada segundo como si fuera el primero de la creación, son numerosos. Son muchos los documentales, las memorias, los libros de ficción, que dan prueba de ello. He aquí, por ejemplo, el recuerdo infantil de E. Olmi:
Todas las ventanas estaban abiertas de par en par y hasta por la calle habían puesto bombillas provisionales que iluminaban un tramo de acera, justo cerca del chalecito vacio de Gabriella.
Una radio transmitía música de baile a todo volumen y muchas parejas bailaban ya en medio de la calle.
Al día siguiente por la tarde pusieron farolillos de papel y las banderas de los vencedores. Hasta ataron a los palos de los faroles dos grandes altavoces de trompeta.
Empezaron a volver algunos de mis viejos compañeros de la calle Cantoni y nos pusimos juntos a empezar a bailar. Una tarde vino incluso una pequeña orquesta y la calle se puso a rebosar de gente. Bailábamos por todos los sitios, hasta en los rincones con menos luz.
Título: Ragazzo della Bovisa| Autor: Ermanno Olmi | Editorial: Mondadori, piccola biblioteca Oscar|Precio: 9.00 € |Páginas: 171
Seguramente, el equivalente de lo ocurrido en un buen número de países europeos, se produjo unos años antes, al proclamarse la Segunda República.
Gila, en sus memorias, da otra pincelada infantil a este fresco de la alegría colectiva:
Gila, Miguel, Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1995, p. 130
Siento que, en mi vida, ese idilio entre lo personal y lo colectivo cristalizó por ejemplo en las manifestaciones que se celebraron en Madrid en contra del intento de golpe de estado del 23F o aquella otra organizada a raíz del asesinato de los abogados laboralistas del despacho de Atocha a manos de sicarios de la extrema derecha. Pero, vistas esas cosas retrospectivamente, no dejan de ser batallitas, que al cabo, se convirtieron, por lo que se refiere a enteras generaciones, en un alejamiento de la política activa y hasta si me apuran, de auténtico desdén por todo lo que la rodea. Las democracias occidentales pertenecen al terreno de lo gris, de las emociones planas. Así es y así, seguramente, debe ser, pero la sensación de que la actividad política misma se produce en esferas completamente ajenas y extrañas al ciudadano común, no es algo que necesariamente deba ocurrir. En Egipto deben pasar aun muchas cosas antes de que lleguen las elecciones libres, si llegan, de que se adueñe de muchos el desencanto, de que los hoy deseados líderes democráticos puedan ser vistos como seres de otras galaxias. Aunque, en el fondo, ojalá llegue ese momento, el entusiasmo colectivo que transmiten los testimonios gráficos que la prensa publica, sería de desear que probaran nuevas vías de desarrollo democrático, unas vías que quién sabe si existen.
http://vocidipopolo.wordpress.com/
Coda: R. Fresán, en un libro suyo, incluye estupendo un párrafo sobre el idilio entre lo personal y lo histórico, pero en versión light, muy acorde con el modo profano, pero con resabios religiosos, de relacionarnos con lo colectivo, otra manera muy actual de renunciar a decidir sobre nosotros mismo, de depositar nuestro destino en manos ajenas:
Fresán, Rodrigo, Vidas de santos, Barcelona, Debolsillo, 2007, p. 99.
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