Bajo el título My best shot, el diario Guardian viene publicando una serie de instantáneas comentadas por sus autores, fotógrafos sobre los que se proporciona, además, un pequeño curriculum.
La foto de Lukas Strebel que aparece a continuación y que en tamaño grande encabeza el blog tiene algo del encanto de los cuadros de Magritte, la misma mezcla de elementos cotidianos y extraordinarios, como esas farolas encendidas durante el día o la gran copa de cristal llena de algodón pintada sobre un inmenso valle. Lo que desluce a Magritte, sin embargo, es quizá una técnica demasiado conservadora.
La foto de Strebel transmite la alegría de los tardíos años sesenta, aunque, bien vista, tal vez presente signos premonitorios de la resaca que vino después. La búsqueda del exceso solo podía anunciar una posterior vuelta al orden. Agotados de tanta diversión, muchos de los protagonistas de aquellos años son hoy redomados fachas o quienes gobiernan la crisis; otros, se quedaron en el camino, víctimas del anhelo de superar tanta frustración como habían vivido antes de desmelenarse.
Volar sobre una escoba con una mesa debajo puesta en medio del mar al atardecer, vestido con un camisón blanco, la melena al viento y sin que se te caiga el sombrero, he ahí una inmejorable manera de cambiar de año. Este interior doméstico, aquelarre hippy, abierto sobre el océano, tiene la fuerza de los mejores sueños, los que se tienen cuando no se es feliz.
Lukas Strebel's best shot .... Meus Volatus Magicus Supra Antoglyphum. Photograph: Lukas Strebel
Otras de las fotos, estas de animales, pertenecientes a la serie de Guardian.
Foto de John Gossage: 'This is the photographer Martin Parr's dog, Ruby. She has a very serious demeanour, a certain stoicism I like'

Foto de Wolf Suschitzky: 'You need a lot of patience to wait for the right attitude and position' ... Wolf Suschitzky on his photograph of Guy the Gorilla


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enemigos y cuando alguien manda a callar es porque puede. En la fauna política si que se hacen diferencias entre adversarios, contrincantes y hasta enemigos, hay políticos que repiten y se recrean en recordar los matices que diferencian el significado de cada uno de los términos, como queriendo demostrar finura conceptual , para después desmentir con los hechos su retórica pretendidamente fina. Pasan de los abrazos a lanzarse los peores calificativos. Recuerdan ese chiste sacrílego que contaba que Cristo iba dando saltitos con su cruz a cuestas, hasta que, de repente, alguien le dice, “los de la tele”, y él se pone a andar abrumado por el peso que lleva a cuestas, real y simbólico. Así parecen hacer los políticos de los partidos mayoritarios, apreciarse hasta que les enchufa la cámara, como si la profesión les exigiera un esfuerzo antagónico sobreactuado, una especie de mala leche de foto, lo contrario de la patata de las instantáneas familiares. Es verdad que también hacen lo contrario los días que la cámara exige la ceremonia de la comprensión, pero últimamente la concordia casi no tiene fiestas que guardar.
Los pasados fueron años en los que el partido en el poder se pareció más de lo aconsejable a otros partidos cuyo ideario era en principio distinto; el grueso de la oposición, por su parte, parecía querer dar la impresión de que sostenía el ideario original del partido en el poder. Y es que desde hace ya tiempo nadie es quien esperarías, casi todos se camuflan, juegan a querer parecer distintos para comportarse después de manera demasiado semejante. Y, además, hablan como si la gente común (vid. García Calvo) fuera un ente abstracto y medio tonto, y no una suma de orejas bien diferenciadas a las que les agradaría oír argumentos
elaborados, verdades sentidas y propuestas atractivas, diferentes en más de un 10 o un 15% de las del contrincante. Como, para más inri, en la tele los listos prefieren parecer tontos, los que tienen menos luces no tiene ni necesidad de esforzarse en mimetizarse, porque casi todo es medianía. Claro que, visto lo visto, es casi mejor que nuestros dirigentes se dejen arrastrar por los acontecimientos, a veces si aparentar si quiera que los controlan, porque cuanto intentan adelantarse o tomar las riendas del carro a menudo el resultado es peor que la correcta gestión del desastre.
Es algo que el PSOE ha pagado bien caro. Si a uno le gusta el café y puede tomarlo no se le ocurre comprar un sucedáneo que se parece demasiado a otra cosa. Para eso, votas a la derecha de marca, la que financia el gran capital, aunque a esta también le den ataques de mimetización. Quien vota a la izquierda, por ejemplo, lo debe hacer convencido de que sus medidas políticas no van a andar de puntillas con los impuestos, los servicios públicos o la justicia. O es que se les ha olvidado que decir socialdemocracia equivale a referirse a un sistema impositivo trasparente, ecuánime y seguramente exigente, destinado
a sufragar el llamado estado de bienestar, expresión que poco a poco va abandonando el léxico político para quizá emigrar a la jerga médico anestésica. Seguramente, a algunos no se les ha olvidado lo que implica la socialdemocracia, sino que han creído que podían hacer milagros. Eso en el mejor de los casos, porque en el peor hay que pensar que solo buscaban perpetuarse en sus puestos, hacer el trabajo sucio a los otros favoreciendo a los de siempre (vid. las clásicas tesis leninistas y, si no recuerdo, mal la fábula de Gramsci sobre el castor), en suma, cambiar algo para que todo siga igual. La historia del PSOE post constitucional ha tendido a reproducir miniciclos semejantes. Ataquines de socialdemocracia seguidos de significativas renuncias, demoras o ambigüedades que acercaban su actuación a las políticas de centro derecha. Al descrédito que ello ha producido, hay que añadir los casos de corrupción y la deriva nacionalista. Alguna de estas cosas se digiere mejor en los partidos de derechas, pero el público de izquierdas las lleva muy mal. hasta tal punto el perfil socialista se ha ido desdibujando que la mimetización ha llevado a situaciones como la de la última foto, en la que el animal debe estar por alguna parte, pero no hay quien lo vea.