Acaba el año y proliferan las listas de top ten de todo tipo. Una de ellas, publicada por Babelia, el suplemento cultural de El País, enumera las mejores exposiciones según un buen número de críticos de referencia. 'Estrategia de juego', la retrospectiva del artista italiano Alighiero Boetti. (Museo Reina Sofía. Edificio Sabatini, Planta 3. Hasta el 5 de febrero), no figura entre las diez primeras, pero dos de los encuestados la colocan entre sus preferidas (Mariano de Santa y Alberto Martín). Ocupa, pues, uno de esos lugares que atraen el ojo del curioso necesitado de orientación por parte del entendido, pero al tiempo reticente al gusto mayoritario.
El Museo reina Sofía es uno de los pocos que aún dejan hacer fotos a sus visitantes. Ni el Prado, sede de la exposición más votada en Babelia, ni la Fundación March, sede de la segunda en el ranking, permiten hacer fotos. El R. Sofía, sin embargo, sigue dejando hacer instantáneas, quizá porque tirar de móvil para retratar curiosidades o a los colegas junto a las obras expuestas es uno de los ingredientes esenciales de las visitas a los museos de arte contemporáneo, que cada vez más se parecen a los parques temáticos y se convierten en lugares de encuentro, celebración, divertido paseo, ocasión para espolear el ingenio verbal. El feliz multiuso de estos espacios encaja con todo tipo de comportamiento en relación a lo expuesto, desde la contemplación extasiada hasta eso que los freudianos llamaban atención dispersa, que permite pasar de largo ante las obras, atendiendo únicamente con el rabillo del ojo. Solo cuando por alguna circunstancia, a menudo difícil de explicar, algo se impone y nos manda parar salimos de nuestra relativa distracción y, descuidando a nuestros acompañantes, caemos fulminados por el interés. Al poco, surge la necesidad de la foto, tal vez hija de un vano intento de perpetuar la sensación vivida, la emoción que nos ha despertado un detalle, una referencia. Otro motivo menos noble para hacer instantáneas está ligado a la prisa, la impaciencia de quien no está dispuesto a dejar de ver, pero no acepta que eso requiere un tiempo mínimo y, sobre todo, dejarse ir, no querer acumular lo visto, porque entonces se despierta el reflejo a la japonesa, el mismo que sustituye la visión de algo por el acto de fotografiarlo para, como si fuera una pizza da portare via, degustarlo en casa.
Por lo demás, el museo cerrado se va pareciendo a los lugares abiertos que hace tiempo se convirtieron en marcos incomparables, hasta el punto de que es previsible que las agencias de reportajes de bodas, pongamos por caso, empiecen a usar las exposiciones para su reportajes. Ocurrirá al principio que los novios serán confundidos con una instalación kitsch, incluso que fijen la fecha de su enlace en función del calendario del museo, pero con el tiempo la actividad se normalizará y podría convertirse en una buena fuente de ingresos. Es más, sorprende que en Zaragoza las tradicionales fotos nupciales sigan sigan haciéndose en los puentes de piedra, entre las palomas del Pilar, delante de ese cercano pedazo de fuente. ¿Para cuando la novia en el patio del Museo Gargallo, apoyada tímidamente en el mostrador del C. Aznar, o a la puerta del P. Serrano, como si que le cayera encima uno de los cubos que forman el tercer o cuarto piso no le importara un bledo en un día tan rematadamente señalado?
He aquí un buen número de detalles (RAE, 2: Pormenor, parte o fragmento de algo) de las obras expuestas en la exposición de Boetti, presentados en forma de rompecabezas y fruto a veces de auténtico interés y otras de afán jibarojaponés :
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