Nadal es quizá el más humano de los semidioses, o quizá el semidiós que ha escogido representar el papel más querido por muchos humanos. Entre los seres que pueblan la galaxia audiovisual, él es el elegido para encarnar sin dopaje las mejores virtudes. No suele aparecer demasiado estúpidamente sonriente, como a veces le pasa a ese Ronaldo que recuerda a los jóvenes estudiantes de las
comedias adolescentes americanas, todo el rato haciendo bromitas con los compañeros y pasando demasiado fácilmente de la chanza con los colegas a actitudes barriobajeras de la peor estirpe. No, Nadal es educado, brilla la sinceridad en su sonrisa sin impostación y, en términos de psicología transaccional, se diría que tiene una santísima trinidad (padre, niño, adulto) divinamente compartimentada. Pero es que, además, sabe gestionar sus manías sin ocultarlas, acepta que los calzoncillos pueden rebelarse y no le hace falta escupir constantemente para expulsar a los demonios.
Y por si eso fuera poco, su tío mago lleva sin complejos una gorra de albañil o de turista jubilado, su novia no es de la familia Barbie y su madre sabe mirar los partidos. Es, en definitiva, parecido a tantas y tantas personas que saben estar, que han sabido rodearse de semejantes y que agachan la cabeza cuando toca y la levantan cuando es justo. Es el novio ideal, hasta mi suegra, de gusto extremadamente difícil, lo querría para mi hija. Por ello, no es de extrañar que sea el elegido por L´Équipe como campeón de campeones, por delante de Iniesta y Sneijder. Me pregunto solo, dónde empiezan sus sombras, dónde queda con sus demonios para pasar por lo menos un fin de semana. Aunque, quizá, por ahora, le baste saludarlos, darse si hace falta de bofetadas con ellos para recuperarse de una lesión, y citarlos para más adelante.
Nadal a día de hoy no es afortunadamente un personaje de digno de la mejor tradición de la novela contemporánea, que es el género que a mí más me gusta, porque casi carece de sombras que explorar, no valdría casi ni siquiera para una hagiografía medieval, porque hasta los santos tantas veces antes de ver la luz fueron malvados. A veces, hasta pienso que tanto como sabe ser rico sabría ser pobre…
Pero, ay, por momentos me rebelo ante una figura tan cumplida, intento pensar mal, dejarme invadir por la duda de si también él habrá consumido tal o cual producto. Cuando le veo tocar y retocar las botellitas de agua y sales que coloca ante su silla, como hacía mi abuela con los cubiertos de la mesa antes de comer, cuando se enfada con quien le imita o casi se desmaya de dolor por las infiltraciones que tuvieron que hacerle hace no muchos meses,
cuando tira las muñequeras al público con fuerza para que no se queden en las primeras filas o cuando veo su querencia por tirarse al suelo tras ganar un partido importante pienso, sin embargo, que, a diferencia de algunos atletas podencos de la operación Galgo, no es un héroe para Roth, Coetzee o Bellow, pero que sí sería, por ejemplo, digno de una ficción de Barnes y que, desde luego, se merecería un buen cuento, una novela histórica o ser el héroe de una colección de tebeos. Desde luego que el título que le ha dado L´Équipe por ser ni más ni menos que un excelente jugador de tenis se lo ha ganado con creces.
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