Parece ser que todo empezó porque un señora de Turín grabó cómo una mozzarella fresca, al poco de ser abierta, se pitufaba, pasando de su color natural a adquirir el tono que refleja la foto:
No es la primera vez que grandes partidas de mozzarella presentan posibles problemas sanitarios. Ayer, día 20 de junio, produjo la retirada cautelar de 70.000 quesos que, provenientes de un gran establecimiento industrial alemán, se encontraban ya en el Norte de Italia para ser distribuidos por los supermercados.
La sintonía italiana de los pitufos dice cosas como estas:
Los pitufos saben respetar a la naturaleza, vamos, vamos a intentarlo nosotros también…la naturaleza nos lo agradecerá, todo cambiará, nuestra tierra sanará, madre naturaleza siempre piensa en nosotros y todos los pitufos son amigos suyos.
La mozzarella debe ser blanca y delicada. Es un producto que tiene algo de simbólico, un termómetro de la salud y de la pureza de la tierra donde se produce, como los berberechos de las rías gallegas o las cebollas dulces de Fuentes de Ebro. Parafraseando un viejo eslogan publicitario sobre el café, la mozzarella es un placer, y si no es buena, pues vaya un placer… La cuestión de la posible contaminación de la mozzarella campana se puso de actualidad tras la publicación de Gomorra (Mondadori, 2006), libro en el que R. Saviano ponía de actualidad la alta contaminación que sufría la región debida a la acumulación de deshechos industriales ilegales. En Gomorra, por otro lado, Saviano se refiere bastantes veces a la mozzarella. En una de ellas habla de las localidades que se enorgullecen de ser las mejores productoras y de las características que delatan su calidad:
Saviano, Roberto, Gomorra, Viaggio nell´impero economico e nel sogno di dominio della Camora, Milano, Mondadori, 2006, p., 284.
La edición española de bolsillo (Debolsillo, 2010) apareció mucho antes que la italiana.
En otro capítulo, Saviano cuenta cómo un ejecutivo medio bajo de la camorra, Mariano, llevó de regalo a su ídolo, el mismísimo Kalashnikov, no sé si decir el diseñador o el inventor del fusil ametrallador homónimo, un bote lleno de mozzarellas. A Mariano, por su colaboración en un negocio, le habían prometido un mes de vacaciones, “cosí da poter realizzare il sogno di andare in Russia a incontrare M. Kalashnikov; aveva avuto persino garanzie da un uomo delle famiglie russe che aveva giurato di conoscerlo. Mariano avrebbe potuto così incontrarlo, fissarlo negli occhi, toccare le mani che avevavo inventato il potente mitra” (ibid, p., 183). Y a Mariano no se le ocurrió otra cosa que llevarle lo mejor de su tierra, el casertano:
Ibid., p., 193.
Y comieron perdices, pero quién sabe si fueron estomacalmente felices. Lo digo por el vodka, claro.
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