Apoyar a la selección, en especial a la selección de futbol, se ha convertido en la máxima expresión de afecto por la nación. Pero también existe aquel a quien la música del balón nunca le supo levantar, o quizá sea el tipo de nación que intuye que está detrás de ese apoyo lo que no le motiva. Existe incluso el que apoya al rival, una contraimagen del que, como la mayoría, va con equipo de su país. ¿Qué juicio merecen esos individuos, de qué delito son reos? ¿Por qué se ganan esa mirada que les echan los espectadores de la siguiente escena de La meglio gioventù, si hoy en día no hay caso nada tan sagrado como la propia opinión? ¿Cómo es posible escribir las cosas que escribe J. Carlin sin entrar por un instante en el fondo de la cuestión?
La escena en cuestión, subtitulada en inglés, empieza hacia el minuto uno
La fidelidad al propio equipo, que dura toda la vida, hace pensar que el patriotismo deportivo ha emulado a los patriotismos nacionales, fundados en el antagonismo, incorporando el factor de la territorialidad. El patriotismo del deporte representa, por pretendida ficción (Veblen), el antagonismo puro, vacío, sin contenido alguno, o el patriotismo genérico, indeterminado, que, de rechazo, trasluce la propia gratuidad del patriotismo armado. (R. Sánchez Ferlosio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario