Repubblica publica las fotos de un cementerio en cuyas tumbas figuran cosas que la marea negra que asola el Golfo de Méjico ha arruinado, actividades que ya no se podrán realizar, sueños rotos (http://www.repubblica.it/ambiente/2010/06/02/foto/marea_nera_il_cimitero_delle_cose_perdute-4514683/1/).
La disposición, el color, la cantidad de las cruces, hacen pensar en los grandes cementerios de los soldados caídos que pueblan la Normandía del desembarco. Quizá por eso, por la enormidad del horror que supuso la Segunda guerra mundial, la idea me desconcierta, me parece exagerada. Digiero mal la asociación involuntaria que hago entre los muertos en combate con cosas como no poder nadar, pescar truchas o pasear por la playa . Y, sin embargo, esta cabronada que hemos hecho a la naturaleza (http://www.elpais.com/articulo/ultima/Volquemonos/elpepiult/20100114elpepiult_1/Tes), como si no fuéramos parte de ella, se ha tragado de golpe miles de gestos placenteros, de vidas animales, de rutinas necesarias.
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