miércoles, 30 de diciembre de 2009

El langostino del Ebro. Micronar(ración) de menudo susto. Italiano (3).

Incubo

Il gamberone Leone lo fissava coi suoi occhi spalancati. Gamberone e uomo erano così vicini che l’animale non riusciva a distinguere bene i lineamenti del suo boia, comunque avrebbe potuto giurare che era lui, senza dubbio era il signor Burlesconi. Non ci poteva credere, era diventato la preda d’un malfattore!

Ma come mai era finito lì? Ricordò di essere stato portato, insieme ad altri pesciolini, dalla miglior pescheria romana; di aver aspettato per qualche giorno ad esser acquistato da qualche distinta casalinga. Invece non riusciva a capire com’era arrivato a Palazzo Grazioli.

Il gamberone lottava per scappare dalle mani di Burlesconi, che lo guardava col suo maligno sorriso, evidenziando i suoi bianchi e perfetti denti.

Intorno al tavolo c’era un mucchio di veline; ognuna con uno dei suoi fratelli in mano. Tutti quanti i gamberoni strillavano e si contorcevano, cercando di fuggere dalla loro brutta fine. Ad un tratto, Leone sentì un ‘crack’ e pensò che la morte fosse più vicina che mai, ma allungando le zampe, aprì gli occhi e si rese conto che il rumore non era stato altro che il cascare della sua sveglia.

Pesadilla

El langostino León lo miraba con los ojos abiertos de par en par. El langostino y el hombre estaban tan cerca que el animal no era capaz de distinguir las facciones de su verdugo, pero habría jurado que era él, no cabía duda de que se trataba del señor Burlescón. Increíble, se había convertido en la presa de un bribón.

¿Pero cómo es que había acabado allí? Recordó que le habían llevado allí con otros pececillos desde la mejor pescadería de Roma; también, que había estado esperando que alguna distinguida ama de casa lo comprara. Lo que no conseguía entender es cómo había llegado a Palacio Grazioli.

El langostino luchaba para escapar de entre las manos de Berluscón, quien le miraba sonriendo maliciosamente, lo cual subrayaba su perfecta dentadura blanca.

Alrededor de la mesa había un montón de azafatas, cada un de ellas con uno de sus hermanos en la mano. Todos los langostinos chillaban y se retorcían, intentando escapar a su desgraciado destino. De repente, León oyó un crack y pensó que la muerte nunca antes había estado tan cerca de él, abrió los ojos y comprendió que el ruido solo había sido fruto del golpe de su despertador contra el suelo.

Mónica Pascual

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