Hoy, 21 de febrero,
se celebra el día internacional de la lengua materna, según la UNESCO.
Cada dos semanas desaparece una lengua.
Quedan o quedaban el año pasado 70 hablantes de Vilamoviano (Polonia), 35 de Menominee
(E.E.U.U.), 5 de Ndai (Camerún) y ninguno de Akkala Sami (Rusia).
Los que enseñamos una lengua que no es nuestra lengua
materna quizá podamos ser conscientes mejor que otros del tiempo sedimentado
que vive en su interior, de la visión del mundo que conlleva, de como se
adhiere a la realidad, al tiempo que la
conforma. Pero, quizá en mayor grado que los hablantes nativos, también somos
náufragos en un océano de duda e ignorancia, y estamos obligados a constantes
consultas, desmentidos, rectificaciones, absurdas búsquedas de rasgos distintivos. Lo que en un hablante nativo es un descuido en nosotros
huele a desconocimiento. Quizá por eso sabemos, siempre exiliados parciales y un poco
culpables, lo que es y lo que no es una verdadera lengua materna, porque tal
vez, siendo hijos adoptivos, podemos vivir una lúcida esquizofrenia, el contras entre un un amor de sangre y uno electivo electivo. Hijos naturales de una madre queríamos ser hijos putativos de otra, acabamos siendo piccoli maestri, petits-maîtres, petimetres que no se sienten del todo a gusto con las ropas que se empeñan en ponerse
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