domingo, 20 de marzo de 2016

Llega la primavera: allá, el hielo se derrite, acá, un maniquí se descalza



Veo las fotos del hielo de Marte, que empieza derretirse con la llegada de la primavera, y pienso que lo llaman hielo por llamarlo de alguna manera y que hablan de primavera por decir algo. Después, veo que hablan de hielo seco (anhídrido carbónico) y me quedo algo más tranquilo, porque lo que tiene de incomprensible para mí el nombre científico y el oxímoron me hacen definitivamente inasequibles los términos. Pero, al poco, vuelven a utilizar otros que entiendo algo mejor, como colinas, rocas, arenas, e insisten por esa vía, apropiándose de una primavera que no es nuestra. Dicen que el año marciano dura 687 días y por tanto, pienso, allí todavía no habrán abierto las piscinas cuando aquí estemos en otoño. Esto último me complace un poco, pero desconozco el motivo. Tiene  la primavera sus locuras. Basta una de sus horas para enamorarse. Doscientos veintidós días marcianos dan para mucho, pero los noventa terrestres también.

Volviendo a la cosa científica, creo que las versiones vulgares de la ciencia más que aclarar las cosas las ensombrecen. Decimos los legos como yo hielo seco, anhídrido carbónico,  y creemos que por saber decirlo entendemos algo.  Menos mal que no hace falta entender, que esta maravilla que hoy empieza no necesita explicaciones, que todo lo que se diga resta, hasta incluso el susurro Luis de León:

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido! 

Si allá en Marte el hielo se derrite, en un escaparate un maniquí se descalza:


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