Advertencia: Salvo indicación expresa, las fotos que aparecen en la entrada no son sino malas instantáneas hechas por mí de los originales expuestos en el MUSAC (León)
ALBERTO GARCÍA-ALIX. Chopper (2014). Ed. 2015. Cortesía del artista. Fuente: Musac
En las sombras neogóticas de los chasis, en las divinidades, nuevas Ateneas, que nacieron armadas de coqueto casco, bandid@s jainitas del aire, o en aquellas diosas que evocan una especie de elegante Swinging Madrid de extraradio; en los monarcas de arrabal, en las reliquias de
ALBERTO GARCÍA-ALIX. Fred (2010). Ed. 2015. Cortesía del artista. Fuente: Página web del MUSAC
una escatología descreída, cetros aceleradores, cables látigo que hacen rugir o pastar a los caballos; en las motos, -que más que ruidosos y anodinos ingenios mecánicos parecen proyectos perfeccionistas de otra manera de vivir- toma cuerpo el hermoso espejismo de una melancólica pero decidida y refinada voluntad de distinción, el intento, tal vez ensimismado, de escaparse a un universo paralelo. Tienen algo los moteros de Alix del anhelo de la caballería tardomedieval, poblada por personajes obcecados en mantener códigos a contracorriente, en poner quilómetros de distancia, reales y figurados, frente a una realidad insoportable. Comparten todos ellos una hermosa e inútil añoranza de libertad, de búsqueda quizá reaccionaria de desalienación. Quién sabe si los moteros no harán votos como los de los caballeros errantes, dispuestos a mantener un ojo guiñado hasta el final de una batalla o a no bajar de su montura hasta no tomar Jerusalén, quién sabe qué apuestas harán los moteros, empeñados quizá en no meter la primera marcha hasta llegar a Finisterre o en resolver dameros malditos sobre la moto. Su vida es al cabo expresión tardía de un anhelo de santidad sin dios, último refugio heroico.
El artista rebelde busca las formas alternativas de vida en los intersticios por los que se cuela algo distinto de la maldita globalización uniformizadora impuesta por el capitalismo liberal rampante. Pasolini, por ejemplo, durante un tiempo, quiso buscar esa sal de la tierra en el subproletariado emigrante del sur al norte de Italia. Creía que “aquellos marginados del incipiente estado del bienestar habían logrado preservar una inmensa potencia política capaz de desafiar la cultura capitalista” (1). El universo de Recambios Alix parece menos consciente, menos politizado, pero al tiempo más sentido, más vivido en primera persona. De la tribu de la que rescata vestigios fotográficos le interesa tanto la ética como la estética, la parafernalia tanto como las densas relaciones sociales de sus miembros. Enternece esa especie de sagrada familia motera, padre con el retoño a cuestas, ligeramente sobrealimentado y con unas patolas que dan ganas de comérselas. Si sustituimos la moto por el burro, casi parece una parada del camino hacía a Egipto por un camino que en este caso lo es todo.
ALBERTO GARCÍA-ALIX. Castellón 40 (s.d.). Cortesía del artista. Fuente: Página web del MUSAC
Y enternece estéticamente, en este caso, lo que parece un autorretrato con barba de unos días y nariz tostada, radios como ideas, quizá porque es el epítome del ideal de rigurosa existencia inquieta que mueve a estos
nuevos caballeros andantes con el paraíso entre las piernas, no se sabe bien si a la búsqueda o huyendo de entuertos y enredos. Ay, qué querrán ser si un día despiertan de su locura. Don Quijote proyectó hacerse pastor, pero no le dio tiempo. Entre tanto, Alix encuentra pecios de la verdad de la vida en sus usos y costumbres. Una certeza tengo, en los ratos de insomnio, a menos que se hayan vuelto locos de remate, estos nobles no se imaginan a sí mismos como emprendedores, lo que antes llamábamos empresarios, la figura que el pensamiento dominante quiere que asociemos con el espíritu de aventura, con la libertad.
ALBERTO GARCÍA-ALIX. El argentino y su Yamaha 1000 (1989). Fuente: Página web del MUSAC
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(1) Rendueles, César, Capitalismo canalla, Barcelona, Seix Barral, 2015, p. 183.
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