Cuando de Hermida, que acaba de morir, se apoderaba la distancia de sus raíces onubenses, empezaba a pronunciar la v como si de un hijodalgo se tratara. No es al único que se lo he visto hacer, a J. Iglesias, de vez en cuando, le /v/a, le /v/a, le /v/a, le /v/a, casi le fa la fida, le fa la gente de aquí y de allá. Otros cantantes y algún locutor cursi han caído en el mismo defecto de pronunciación, tan apreciado por las monjas de los colegios franquistas, por aquello de que el primer signo distinción es el lenguaje.
J. Hermida fue, además de uveista, uno de los primeros presentadores que hizo televisión pública como hoy se hace la privada, con una marcada voluntad de estilo, ficcionalizando las noticias, haciéndose presente por su manera de gesticular, de mirar, por una oratoria a menudo exagerada, rimbombante, por una proximidad a la cámara que debió copiar de otros espíqueres americanos y que hoy es moneda de cambio en todas las cadenas, donde casi todos se ponen estupendos. Hermida no era precisamente carne de burro entre el espectador y la noticia que daba. Lola Flores, en esta entrevista, le hacía notar casi todo esto y le hacía recordar también sus orígenes, esos de los que a veces tanto se alejaba. O quizá , en el fondo, se acercaba a ellos cuando la uve se apoderaba de él, pero por la puerta de atrás, la del redicho ultracorregido, quizá por inseguridad, quizá por mera afectación.
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