jueves, 12 de febrero de 2015

Carta a San Valentín. Para que llegue a tiempo.

Es complicado pensar en el amor si intentas alejar la experiencia de la reflexión. Todo se mezcla, S. Valentín, y no sabes si piensas una cosas a resultas de lo que te ha pasado en tu vida, o si lo que te pasa es el reflejo de lo que piensas.

El caso es que, dejando a un lado mi caso personal (Ay, San Valentín, cómo se adueña de uno la cursilada en cuanto se pone a teclear. Mira que para decir “lo que me pasa a mí” escribir “mi caso pesonal”)…dejando de lado lo que me pasa a mí, a veces pienso que el amor es cosa de los más jóvenes, esos que aparecen por ejemplo en la adaptación al cine que hizo Pasolini del Decamerón de Boccaccio.

Solo los cuerpos jóvenes pueden aguantar posturas, giros, ataquines, que en otros revelan flaccideces vergonzantes, pliegues que es mejor no poner ante los ojos de quien queremos. Y no digamos de los ruidos del amor, el chof  chof,  que únicamente pueden soportar los oídos que  se mantienen casi vírgenes, porque a los talludos les parece la columna sonora de una ópera bufa ambientada en una granja de ciertos animales que prefiero no nombrar.

Pero, otras veces, san Vale, me da por pensar que el amor es cosa de viejos. Me acuerdo de la canción de Brel, de eso que dice de que a ti se te había pasado el celo y a mí la fiebre de conquista, de que vivíamos en una habitación sin cuna, después de amenazas de naufragio cada fin de semana… y, sin embargo, mon doux, mon tendre, mon merveilleux amour / De l'aube claire jusqu'à la fin du jour / Je t'aime encore, tu sais, je t'aime. Y quitando de la letra lo de mi maravilloso amor y lo que que te quiero desde el amanecer hasta que se va el sol, pues me siento un poco retratado.

Bueno, Vale, aprovechando la ocasión, me gustaría, por último, preguntarte si esa idea de que con los años disminuye el deseo tiene algo que ver contigo. Porque semejante falsedad no me parecería bien que la hubieses propagado tú (otra vez, Vale, me ataca la cursilada, está vez en tono periodístico, propagado, vaya palabra). lo mío desde luego, no se puede comparar con las cosas que cuenta Ph. Roth sobre viejos cachondos en sus novelas melodramáticas, esa tan mala  El animal humano, por ejemplo, entre lo peorcito de su producción, pero, desde luego, Vale, no he notado cambios sustanciales en mis sufrimientos. Es verdad que con los años, contrariamente a lo que hacía notar S. Agustín, uno va siendo dueño de sus erecciones, pero por lo demás… Pero, qué te voy a contar a ti, que casi viviste un siglo entero.

Nada más Valentín, dentro de otros veinte o veinticinco años, quizá te vuelva a escribir. Me conformo con que, salvo momentos catastróficos, sean como los vividos hasta ahora.

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