domingo, 2 de noviembre de 2014

Pequeño catálogo de tumbas reeditadas

(Salvo indicación expresa, fotos  y textos de J. Brox)

Tumba entre dos orillas

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Tumba sin apellidos

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Quienes nos quieren no nos llaman  por nuestro nombre y apellido. Y, sin embargo, cuando encargan la inscripción que debe figurar en nuestra tumba, nos apuntan con la filiación completa, como constamos en los registros, en la cartilla de ahorros, en el correo que todavía llega a casa, en todo el inútil rastro de documentos que los muertos guardan en nuestros cajones.

Para los vivos, los muertos dejan pronto de ser para transformarse en él, ella. Pero, hasta que las letras del pronombre cambian del todo, pasa un tiempo en que revisamos sus enseres, usamos su ropa, los mejores zapatos que dejaron, la cartera casi nueva que caprichosamente desdeñaron y no queremos sentarnos en su sillón. Entonces, todavía no son él o ella, y , como un resto de cuando les llamábamos por su nombre,  llevan nuestra incómoda  mano cogida en su bolsillo o de repente encontramos los sudokus que olvidaban entre las páginas de un libro. Si hace falta, incluso nos ponemos sus calcetines. Los notarios, las funerarias, los bancos, por otro lado, se empeñan en acelerar el proceso que lleva del vocativo al nominativo, que sustituye la presencia ligada a un nombre por el nombre y apellidos sin cuerpo. Entre ellos y el tiempo, casi ganan la batalla. Sin embargo, cuando menos lo esperamos, quizá un ocioso día de verano, en un maldito duermevela que se escapa al control, volvemos a llamarlos. Ni están ni se les espera, pero todavía no hemos aprendido que ya es casi él, ella, y no va a responder, no se va  a molestar nunca más  porque no le dejamos en paz ni para mear.

Vamos, quizá unos meses después, al cementerio y las letras de bronce que brillaban demasiado, se van pareciendo a las de los antiguos residentes. Leemos el nombre completo,  el del libro de familia, y pensamos que ese fue nuestro marido, amante, hermano. Tú, corazón mío, a quien  llamaba sin parar en mi ayuda, como un injusto reflejo, has pasado de ser tú, a secas, a ser  Vargas Heredia, hija y nieta de Camborios.

Por eso, entre los ilustres prohombres de un cementerio civil de postín sentí el grito que salía del nicho de Antonia, a la que alguien quiso evocar en carne y hueso en cada visita, alguien que se negaba a darla por muerta del todo, alguien que no sabía que las flores marchitan sin remedio y en lugar de olor proyectan sombras.

 

Tumba con amor y espinas

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Alguien me contó una bronca marital. La mujer había hecho unos huevos fritos con chorizo al marido. Pero él se negó a comérselos porque decía que estaban hechos sin amor. No sé si es que tenían galladura, si el chorizo no estaba cortado como cuando eran novios o chorreaban aceite. O tal vez eran perfectos, mejor hechos incluso que nunca antes, unos huevos fritos con chorizo de ensueño… pero sin amor. Y así, ay, no soy nada.

 

Tumba de un poeta

Si he perdido la voz en la maleza…IMGP0487

¿me queda la palabra?IMGP0444

Paco Ibáñez, a punto de quedarse sin voz.

Tumba de un hincha

hincha

Qué manera de subir y bajar de las nubes,/ ¡qué viva mi Atleti de Madrid! (…)/ Paseo de los melancólicos,/ Manzanares cuánto te quiero. (…)/ Ni merengues ni marrones,,/ a mí me gustan las rayas
canallas de los colchones. (…)  J. Sabina

El alto valor simbólico de la bufanda, quizá solo comparable, entre los accesorios de vestuario, con el de la gorra y la corbata, queda patente durante las rebajas, en las que todo lo relacionado íntimamente con el cuello casi no tiene descuentos. El cuello te lo ofrecen los perros en señal de entrega y los dueños duros de estos animales se lo cubren con collares, a veces de color rosa, ensartados de pinchos, como si estuvieran gritando noli  tangere ahí, macorina, salvo yo, el amo. El cuello sobreprotegido con fulares, e menudo conjuntados con un buen número de pulseras de cuero, entre las que a veces se ve una bandera patria, indicio de un plus de gusto, de refinamiento, expresión del deseo de distanciamiento con respecto a los que no se cuidan, a los que por tener no tienen ni un mundo propio. Y es que a menudo al cuello se reservan los mejores tejidos, la seda, el cachemir y las combinaciones de color más expresivas, los estampados más audaces. Tiene, pues, la bufanda la virtud de concentrar como pocas prendas mensajes lanzados al mundo y al interior de quien la porta, nos afirma ante los otros y ante nosotros mismos. Cruzada, anudada a lo Dylan, con doble vuelta de juventudes de algún partido, larga, como la de Umbral, ligera o pesada, por fuera o por dentro del gabán, por momentos, en los interiores o cuando acelerados en invierno nos acaloramos llega a agobiar, y entonces pasa de ser un refugio, un pequeño tronco salvavidas de la intimidad mostrada, a un objeto que tiende a perderse, a enrollarse como papel de váter, a colgar como despojo del antebrazo.

La bufanda de la foto, como los perros de mármol o piedra de las esculturas medievales, tiene la función de evocar la fidelidad, la constancia, la perseverancia del hincha en el afecto por su equipo. Los perros y las bufandas, cuando están contentos, saltan al cuello, tienden a rozarnos con sus fauces, con la suavidad del tejido, pero, cuando están tristes o cansados, caen al suelo o se tienden a nuestros pies,  y a veces nos hacen tropezar  en la verdad de que estamos solo de paso por Paseo de los melancólicos.

 

Tumba de los signos

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La tumba de Dafne

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Advierte que sus cabellos le caen por el cuello sin aliño y se dice: “¿Y si se los peinara?” Ve sus ojos que resplandecen como ascuas y semejantes a estrellas, ve su boca, que no basta con ver, se extasía con sus dedos y manos, con sus brazos y con sus antebrazos desnudos en más de la mitad; y las partes ocultas las supone mejores aún. Pero ella huye más veloz que la brisa ligera, y no se detiene a estas palabras con que él la llama: "Ninfa, por favor, Peneide, detente; no soy un enemigo que te persigo; detente, ninfa". Así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, así las palomas, con las alas revoloteando, del águila; cada una de sus enemigos; el amor es el motivo que tengo para seguirte. ¡Desgraciado de mí! No vayas a caerte de bruces, no vayan las zarzas a señalar tus piernas que no merecen ser heridas, y no vaya yo a ser causante de tu dolor. Son fragosos los pasajes por donde te precipitas; no corras tanto, yo te lo pido, y modera tu huida; también yo te seguiré más despacio. Pero entérate de a quién gustas; no es un habitante del monte, no soy un pastor, no un ser repelente que guarde aquí  vacas o rebaños de ovejas. No sabes temeraria de quién huyes,  y por eso huyes. A mí me obedecen como esclavas la tierra de Delfos y  Claros y Ténedos y la residencia real de Pátara…Infalible es mi flecha, pero  hay una que lo es aún más  que la mía, y que ha causado una herida en mi corazón antes intacto…

Aún iba a seguir hablando cuando la Penea huyó a la carrera, despavorida, y al abandonarlo dejándolo con la palabra en la boca, aun entonces le pareció agraciada; el viento le descubría las formas, las brisas que se le enfrentaban agitaban sus ropas al choque, y un aura suave le empujaba hacia atrás los cabellos; con la huida aumentaba su belleza.  Pero el joven dios no puede soportar por más tiempo dirigirle en vano palabras acariciantes, y, obedeciendo a los consejos de su mismo amor, sigue sus huellas en carrera desenfrenada.(...).  Sin embargo el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es más rápido, se niega el descanso, acosa la espalda de la fugitiva y echa su aliento sobre los cabellos de ella que le ondean sobre el cuello.  Agotadas sus fuerzas, palideció; vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira a las aguas del Peneo y dice: "Socórreme, padre; si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que he gustado en demasía". Apenas acabó su plegaria cuando un pesado entorpecimiento se apodera de sus miembros; sus suaves formas van siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos crecen transformándose en hojas, en ramas sus brazos; sus pies un momento antes tan veloces quedan inmovilizados en raíces fijas; una arbórea copa posee el lugar de su cabeza; su esplendente belleza es lo único que de ella queda.  Aun así sigue Febo amándola, y apoyando su mano en el tronco percibe cómo tiembla aún su pecho por debajo de la corteza reciente; y estrechando en sus brazos las ramas, como si aun fueran miembros, besa la madera; pero la madera huye de sus besos. Y el dios le habla así: "Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol…".

Ovidio, Metamorfosis, Biblioteca Gredos, 2008, p. 23-25. Trad. Antonio Ruiz Elvira, decano de la facultad en la que estudié y a quien, seguramente con algo de injusticia, intentamos dar tanto la lata.

 

Tumba con mensaje

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Tumba de la burbuja inmobiliaria

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Tumba a ras de suelo

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Tumbas de otra fe

“Quienes habíamos comprado  (bastante barata, ciertamente) la felicidad del siglo XX, nos dimos cuenta bastante tarde de que cualquier felicidad que pueda mercantilizarse como liberación colectiva es, necesariamente, falsa.

La felicidad es una abstracción bancaria que se vende como una promesa de bienestar permanente. En el mejor de los casos, como una promesa de futuro al modo bolchevique, católico o nacionalista. Y es una mercancía para masas ansiosas de comprar cualquier medicina que les persuada de que están en este mundo para algo.” (Azúa, Felix de, Autobiografía de papel, Mondadori, 2013, p.105)

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Tumba ingrávida

 

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Tumba común

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Tumba con post it

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Tumba tan a gustito los dos

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Despertar en la tumba

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¿Tumba de la democracia?

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Sin tumba

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Tumba ilustre

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“El ataúd era barato, y el coche  fúnebre, de aspecto lastimoso…Cuatro carruajes siguieron al coche fúnebre (llevaba el número 13). Gide dijo que siete personas siguieron el ataúd, pero Miriam Aldrich dijo que eran catorce, incluida ella misma...Cuando se bajó el ataúd, Douglas casi se cae a la tumba... Fue enterrado en la tumba decimotercera de la fila séptima de la sección decimoséptima en Bagneux…Las humillaciones de Wilde habían terminado... Los restos de Wilde fueron trasladados de Baigneux al Père Lachaise cuando se levantó aquí el famoso monumento funerario de Epstein, en 1909. Cuando Ross murió, en 1918, en su testamento pidió que sus cenizas fueran puestas en la tumba, lo cual se hizo. El monumento lleva una inscripción de la Balada de la Cárcel de Reading:

And alien tears will fill for him/Pity’s long-broken urn/For his mourners will be outcast men/And outcasts always mourn
Ellmann, Richard, Oscar Wilde, Edhasa, 1990, p. 660-662 y 666.

Tumba a la vista

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Tumba de Bert Hardy

15 novembre

Il y a un temps où la mort est un événement, une ad-venture et à ce titre, mobilise, intéresse, tend, active, tétanise. Et puis un jour, ce n’est plus un événement, c’est une autre durée, tassée, insignifiante, non narrée, morne, sans recours: vrai deuil insusceptible d’aucune dialectique narrative (R. Barthes, Journal de deuil, Points, 2009, p.60)

C'era una volta Londra, la guerra ha gli occhi di Bert HardyPhotograph: Bert Hardy/Getty Images (Fuente)

El ala de la muerte siempre está dispuesta a acariciarte, a cualquier hora. A veces,  te llega solo la corriente del aire que mueve en la distancia. La sentí de pequeño a través de los gritos de la vecina del piso de abajo. Al despertar, se encontró a su marido tibio junto a ella y se puso a chillar. Mi padre, con la pereza doméstica de los médicos, fue a ver qué pasaba y volvió al rato para dar fríamente la noticia. La vez siguiente, el ala me entró por los ojos, por el resquicio de una puerta a través de la que vi a mi abuelo muerto, muy viejo, pero con la expresión seria de siempre. Fue sólo un fogonazo, una cabeza en medio de  una raya vertical de luz. Caprichos del recuerdo, que rehúye  lo fundamental, mi memoria se empeña en verlo sobre una mesa, no sobre una cama.

Después, hubo alazos helados, fríos y secos, puñetazos sobre una mesa demasiado frágil para tanta saña. Pero también toquecitos en la espalda, como para hacerse recordar, llamadas perdidas. Alguna compañera, el padre de algún medio amigo.  Desde hace no mucho, contemplo el revoloteo del ala con la inquieta serenidad que da ver las esquelas del periódico. Esta misma mañana, en el bar, alguien me pillo con las del Heraldo…y yo ni cuenta me había dado de que al ojearlo me quedé parado unos segundos más en esa página que en las otras. También he visto al ala  amenazar sin cumplir la amenaza al instante, difiriendo la acción, con la seguridad bancaria de quien sabe que esa deuda no va a quedar pendiente, pero dejando respirar al interesado.

Durante la guerra, el ala de la muerte debe entra en un éxtasis orgiástico, repartiendo mamporros por doquier, como un motor que gira con engranajes imprevisibles. Así es como la imagino, borracha, vomitando lo que come poco después de haberlo ingerido, colándose en callejones, indiferente, menos selectiva que en tiempo de paz, caprichosa, sin importarle perder plumas en las paredes de los callejones por los que se mete. A todo está dispuesta, con tal de entrar en ambientes domésticos y poderse sentar a desayunar con las familias, con tal de colarse entre los visitantes de los hospitales, de acercarse a los colegios.

Pero, los niños, ay, los niños de la calle son capaces de jugar a pídola y volar sobre el precipicio, por encima de las lápidas. Yo fui niño sin guerra  y seguramente menos desgraciado que la mayoría de los que aparecen en las fotos de Hardy, pero enseguida supe que el ala no respeta edades.

 

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