“Je ne passe jamais devant un fétiche de bois, un Boudha doré, une idole mexicaine, sans me dire: C´est peut-être le vrai dieu.” (Charles Baudelaire)
Sondeo a mi quiosquero, un hombre simpático e ingenioso, para ver si comparte mis sueños apocalípticos sobre la Plaza del Pilar, y me confiesa que al acercarse las fiestas se produce una enorme crecida del Ebro en una de sus pesadillas recurrentes: Baturros arrastrados por la corriente de un tardío deshielo tienen dificultades para mantenerse a flote a causa de sus pesados trajes típicos. No digamos las mujeres que llevan zarcillos, que a la altura del Puente de piedra se quedan enganchadas a la maleza de la orilla, hasta dejarse las orejas por el camino. De repente, sin embargo, las aguas comienzan a amansarse, los remolinos pierden velocidad, algunos maños/as incluso consiguen agarrarse a los pilares del Puente de hierro, hasta que como la corriente se para y las aguas se dividen en dos, dejando, además de varios carriles bici expeditos, unos claros semisecos llenos de cuervos. Hay quien ya se empieza también a aclarar la voz para entonar una jota, una seguidilla y hasta una asturianada, otros intentan recomponerse el traje, aligerándose del barro que les cubre. Y al poco, quien más quien menos, empieza a bailar, aquí sevillanas, ahí pericotes. Pero todo tiene una aire como de danza endiablada, como si no pudieran parar de bailar o estuviesen haciendo kun-fu, imitando a Berna, campeón mundial. Se oye olé, oles, hala, y hasta algún Aláh en los múltiples acentos de las tierras de España, gritos de viva el Pilar, o y hasta el grupo japoaragonés se anima tímidamente con un viva el Pilal. Justo entonces los remolinos empiecen de nuevo a formarse y el espacio libre dejado por las aguas a estrecharse. La bandada de cuervos deja un rastro oscuro en el cielo. El quiosquero les dice adiós con lágrimas en los ojos, hasta que nos volvamos a ver, mientras nota que los únicos que se han librado de los rápidos del río cada vez más poderosos son un grupo de bailarines de sardana que se había puesto a salvo sobre una elevación.
“Pero, lo más sorprendente -me confiesa mi amigo- es que veo la imagen de la Virgen sin manto arrastrada por el agua y al día siguiente, cuando vengo al quiosco a ordenar los periódicos, leo que ha sido encontrada, mojada, pero intacta, en un huerto murciano. Lo del trasvase me traumátizó, pero no creía que tanto. Al final del sueño, en vez de aparecer las palabras The end, como me suele pasar, leo sobre la pantalla de mi frente Némesis, el libro que me pediste”.
Yo por mi parte, me veo paseando al amanecer sobre una plaza del Pilar que se ha convertido en grandes cascotes, porque debajo algo muy importante que no llego a saber qué es. Voy con mi perro, y no paro de decirle que tenga cuidado, que se va a hacer daño, y que deje de olisquear, que no está entrenado para esos olores.
Nadie es dueño de sus sueños.
Baudelaire en el blog:
Este año he conseguido, con mas éxito que otros, esquivar el centro de la ciudad en estas fechas. Aunque, por comentarios que escucho a mi alrededor, temo que esta tarde percibiré los efluvios delirantes que mencionas.
ResponderEliminarAunque a lo que huele, sinceramente, es a cementerio.
Echémosle la culpa a los efluvios del fluvio Ebro.
EliminarSaludos
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