viernes, 17 de octubre de 2014

La marca celtiberia: La mejor siestecita es la menos esperada


Seaford in 1972, by Roy King. Photograph: Co-Optic Archive (Fuente)

El diptongo -ie- de la palabra francesa sieste (repos -accompagné ou non de sommeil- pris après le repas de midi –Petit Robert) y de la palabra italiana siesta (sonnellino pomeridiano  sin. pisolino, riposino, pennicchella –Disc) denota la presencia de la marca España en uno de los pocos ámbitos, el lingüístico, en los que me complazco moderadamente de nuestra capacidad exportadora. Cierto es, sin embargo,  que las asociaciones involuntarias son desagradables y quien, como yo, tuvo la desgracia de ver a C. J. (de) Cela por televisión contando sus siestas de pijama y orinal, no puede  evitar pensar en que a los ogros peludos de inmensas orejas les encanta el sueñecito vespertino. ¡Y mejor no pensar en C. J. (de) Cela y su amor l’après midi con Castaño!

Blackpool in 1971, by Martin Parr. Photograph: Co-Optic Archive (Fuente)

Dicho esto, gracias a una colonoscopia, he podido confirmar una vez más que los acontecimientos inesperados, alejados de la rutina, incluso si son inducidos, son los más placenteros. En efecto, he vuelto a gozar plenamente de una siestecita dulce, profunda, enternecedora, con un despertar muelle y progresivo, sin sobresalto alguno, mientras estaba tumbado en la camilla de un box de reanimación, vestido con una bata de tejido desechable que me dejaba el culo al aire, sin otra ropa más que una camisa y unos calcetines bajo unas botas de media caña, ridículo como una pajarillo bajo la lluvia, pero dichoso como pocas veces en mi vida. Ruidos propios y extraños, estomacales la mayor parte, turbaban ocasionalmente mi dulce despertar, pues de los felices enfermos que había a mis dos lados me separaba solo un gran estor de Ikea, como el que uso yo de pantalla cinematográfica. Pero esos horrísonos crujidos me resultaban  gratos como cantos de jilguero y no impedían un suave vaivén entre el sopor y la vigilia, distinto de mi habitual  despertar de finde, en el sofá,  tras quizá  tres cuartos de hora de profundo sueño, como si hubiese estado en otro país. La experiencia postcolonoscópica fue todo lo contrario, más un acto de reconciliación con alguna profunda instancia feliz que la confirmación de una personalidad esquizofrénicamente alienada, que es lo que me reserva habitualmente la siesta doméstica.
Un solo pero tengo que hacerle a la siesta inducida por la sedación. Durante el sueño, horrible recuerdo, la marca España o celtiberia, en algún momento se convirtió en un paseo por calles del lejano oeste empapeladas con carteles de personajes públicos en los que, bajo el reclamo Se busca, aparecía la foto del bandido y a continuación sus cargos, cargos tales como: Director de caja de ahorros, consejero de empresa, tres veces ministro y una primer ministro, representante sindical, director del banco mundial, presidente de fundación benéfica, dirigente empresarial… Un pequeño momento pesadilla que no ensombrece el resto de la siete, del pisolino.

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