Adivinanza que “los niños desarrapados le propusieron a Homero cuando vagaba por los barrios bajos de Mitilene, según se cuenta en una de las vidas apócrifas del poeta”: Ahora que he pasado/soy lo que no era,/y cuando estoy pasando/no soy lo que soy (A. G. Calvo, Del ritmo del lenguaje, La gaya ciencia, 1975)
¡Cómo odio las gilipolleces u horteradas como estas! La manía de no dejar en paz a los perros, que bastante tienen con arrastrar ese estatuto suyo a mitad de camino entre la fiera corrupia y los seres racionales. Lo explica muy bien Grenier parafraseando a Sartre, casi ya solo conocido por su renuncia al Nobel:
“…porque Sartre no se equivoca, la frecuentación demasiado cercana del hombre hace desdichado al animal doméstico. Pasa todo el tiempo observando a su dueño, para saber qué va a hacer con él. Cualquier cosa es un signo: toser, mirar el reloj, apagar el televisor. No hay gesto inocente. Cada minuto aporta su ración de angustia” (Grenier, Roger, La dificultad de ser perro, Alba editorial, 2001, trad. Juana Bignozzi, p. 48).
Y sin embargo no puedo dejar de apreciar cierto gusto en alguno de los disfraces, cierta capacidad para subrayar el aire desvalido o enfurruñado de alguno de estos perros. Y es que hay algo en los seres vivos, plantas incluidas, por supuesto, que muestra querencia por la metamorfosis, una fuerza que tiende a desdibujar las identidades, a ver rasgos de otras especies en cada uno de nosotros , una añoranza holística de unidad. Si la vida nos concede un margen de diferenciación limitada, la muerte, que al cabo es lo que está en juego estos días de todos los santos, Halloween o de los muertos, nos iguala, no solo con el resto de los hombres, sino con cualquier ser vivo.
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