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A primeros de mayo, dos profesoras del Dpto. de Francés de nuestra Escuela, Amalia Jarné y M. José Morte, organizaron un viaje de grupo a Francia. Si el año anterior habían ido hacia el país vasco francés, esta vez se dirigieron hacia el otro extremo de la frontera, con Collioure, Montpellier, Sète y Perpignan como destino. Con el objeto de montar una exposición a principio del curso que viene, los excursionistas fueron invitados a mandarnos las fotos que hubieran hecho durante el viaje. Además, circunscrito a los alumnos y exalumnos de la Escuela, se convocó un pequeño concurso fotográfico. A partir de esta entrada empezamos a publicar las imágenes recibidas, indicando en cada caso si participan o no en el concurso.
El impulso que nos lleva a tomar una foto tiene algo de un repentino despertar de la conciencia adormecida, aunque a veces las imágenes que tomamos con nuestras cámaras solo busquen una réplica idealizada de lo que entusiasma a los ojos. En esos casos, casi podríamos decir que no hay despertar verdadero, sino más bien, como quien se levanta por la noche con un poco de gazuza que satisface con un rápido viaje a la nevera, una semi inconsciencia, un despertar parcial, que nos lleva a pretender atesorar lo que quizá no volveremos a ver. No suelen ser esas fotos conformistas las que después nos transmiten la hondura y complejidad de la vida, sino aquellas que son fruto de un encuentro, casi siempre inconsciente, entre fragmentos de la realidad y mitologías personales o colectivas que convergen por un instante. Hay en ello un proceso parecido al que llevó a L. Aragon a describir un surtidor de gasolina como un moderno tótem salvaje. Se trata de captar correspondencias que despiertan ecos, amplían, multiplican, el significado de las imágenes, porque hay algo en ellas que coincide con arquetipos arraigados en nosotros. Este proceso que en otras manifestaciones como la literatura o la pintura suele estar más mediado por la conciencia, a menudo, está menos sujeto al filtro de la razón en el caso de la fotografía ocasional, por premura, por improvisación, por su carácter fugaz. Cuando se produce el cruce feliz entre una imagen de esas características y un espectador adormecido por la rutina de la vida, vuelve a darse ese fogonazo que llevó a tomar la imagen. Y es que el flash, verdadero o metafórico, siempre está presente en las buenas fotos.
Fotos de Marta García Anglada:
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