Me pongo de pie en los días negros.
El paladar amargo,
chorreando la pereza de un animal de circo (Motín, Charo de la Varga)
El fotógrafo alemán Wolf-Dietrich Ademeit ha hecho más de setecientas instantáneas de animales de zoo. Las hay en blanco y negro y en color. Las primeras tienen los fondos oscurecidos, de manera que destaca mejor el perfil de los animales, generalmente retratados de uno en uno o en pareja. En las declaraciones que leo en el sitio web del que están copiadas las fotos que reproduzco al final de este pequeño texto de introducción, Aderneit comenta que empezó a retratar a animales cautivos en 2006 para poner en evidencia la gracia y la belleza de esas criaturas. Dice, además, que la gente le suele comentar que sus fotos muestran la dignidad que caracteriza a los animales privados de libertad.
Miro una cuantas de estas instantáneas y no puedo evitar acordarme de mis momentos cautivos en grupo, cuando era un boy scout, cuando hice la mili, en alguna que otra terapia, quizá de vacaciones con mis hermanos, en una breve y única turné por los pueblos de Almería para representar Esperando a Godot…y me veo en la piel de esos animales, dejando pasar el tiempo mientras juego con algún insignificante objeto, un boli, quizá o unas llaves con las que me hurgo las uñas. Lo hago sentado al sol, el mejor amigo, del solitario sin depresión. También me veo andando por el cuartel sin una meta clara, entablando conversación con algún colega que, como yo, reniega de la experiencia cuartelera, pero aprecia por un instante la compañía. Me veo desperezándome, intentando alejarme de los demás, desganado, sin fuerzas. A veces, para vengarme de las privaciones, me entra un ataque furibundo de ansia lectora y entonces arranco unas páginas de mi libro de Proust y me las llevo a la garita para leerlas durante la guardia, porque ya me sé la historia de la llegada de los bárbaros o de los tártaros. No hay mucha dignidad en todo ello, a menos que se entienda la dignidad como un resto de resistencia, una respuesta ensimismada a la pérdida de libertad. Si acaso, veo una brizna de nonchalance en el mono que parece un majo desnudo y peludo de Goya, o un eco de la elegancia en esa sensual cebra que recuerda a la esfinge sin secreto de Wilde. Pero quizá quienes mejor expresen la dudosa dignidad del cautiverio dulcificado, parecido tal vez al de las cárceles doradas de los centros de vacaciones con todo pagado, los cruceros de muchas estrellas para familias enteras, las residencias de tercera edad, los zoos de Alemania, sean esos lobos que miran desconfiados, pero dispuestos a vender su alma al diablo, tristes, tan juntos, tan limpios y aseados que hacen dudar sobre si en algún momento les preguntaron si querían ser dignos en un zoo.
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